VETERANOS DE AYER, DE HOY Y DE SIEMPRE
Un misterio que no lo era tanto. La historia de uno de los crímenes de guerra más graves de la época que se quiso encubrir con cuentos y superstición
“El calor era insoportable y el solo llevar el casco y una remera camuflada se sentía una pesadilla”. Así lo vivió y comento uno de los tantos marines que tras la invasión de 2003 fueron destinados al norte de Bagdad. Había pasado un año y medio de la supuesta finalización de las operaciones de combate pero los ataques contra las posiciones estadounidenses se incrementaban día a dia. Sumado a esto, la populación detestaba su presencia y ello quedo más que claro con el apoyo que le proporcionaban a la resistencia que se movía sin problemas por las diferentes localidades de Iraq.
Cuando la Fuerza Expedicionaria de la Infantería de Marina de los EEUU se movilizó al sur más precisamente a la gobernación de “Babilonia”, nuestro comentarista y sus colegas creían que estarían un poco más aliviados del duro clima y la hostilidad de los habitantes de “Falluja” y “Tikrit” donde habían estado desde el inicio de todo. Su capital “Hilla” mostraba el sufrimiento de sus habitantes tras los bombardeos y al mismo tiempo su ira contra su presencia. La ciudad antigua de “Babilonia” y sus monumentos acusaban las marcas de las bombas de la Fuerza Aérea y la Naval que le daba otra excusa a los iraquíes de ese lugar para odiarlos y desconfiar de ellos. Pero eso no era el único motivo del encono. El robo y zaqueos de material arqueológico por parte de efectivos norteamericanos y de algunos oficiales polacos, fue otra gota de un vaso que ya había rebalsado muchos años antes.
La única preocupación y consternación que se oyeron en aquellos momentos fue la de los arqueólogos y empresarios británicos del tráfico de antigüedades, que como el londinense Tim Shadla Hall y John Curtis del Museo Británico mostraban espanto por estos irreparables daños materiales pero un total silencio por las brutalidades que aquellos mismos profanadores habían causado sobre la humanidad de los habitantes del lugar. Pero ¿Qué diablos estaba sucediendo?
Los invasores tan pronto se asentaron en la ciudadela antigua, comenzaron a desembarcar, trasladar y acopiar material bélico dentro de los templos y edificios que nacieron junto a la humanidad. Pertrechos, armamento y municiones de alto poder fueron depositados en varios de estos recintos. Sin el minimo cuidado y hasta con un notable desprecio, demolieron muros y pasaron con sus vehículos blindados por los pisos con más de 2600 años de historia, despedazando sus imágenes y grabados. Sin dudas, una gran contribución de EEUU a la historia.
Aquello solo fue una anécdota con el zaqueo que los altos mandos estaban llevándo en el Museo Nacional de Bagdad y sus Universidades. La cancina excusa para esto fue que “sus tropas protegerían el lugar de los saqueadores”, sin dudas, una ocurrencia que a los iraquíes poca gracia les hizo.
Pero el daño a las piedras no se compararía con el causado a los pobladores de la provincia. Igual que en Al Anbar y más puntualmente en ciudades como “Falluja” y “Al Ramadi” (donde causaron masacres inolvidables), el sufrimiento y la muerte por variados tipos de cáncer y los nacimientos de niños con horribles deformaciones, era la marca y el legado que habían dejado las bombas y misiles con cabeza de Uranio pobre que habían caído tanto en 1991 como en las primeras etapas de la invasión de 2003.
“El miedo era la señora de todos”, nos recuerda este comentarista. Sabían que no estaban seguros aún cuando disponían de más de 2000 hombres, bunkers donde cobijarse por las noches y de todo tipo de armas. El entorno del lugar parecía acecharles. No faltaron los supersticiosos entre la tropa quienes advertían de las malas vibraciones que les trasmitía el lugar. La antiquísima y omnipresente estatua de “Pazuzu” –mujer demonio con alas- parecía augurarles muchas desgracias por venir. Tal vez una premonición, tal vez solo el efecto del miedo y el estrés al que se veían constantemente sometidos por las sorpresivas incursiones de los que ellos denominaban “insurgentes” pero que los pobladores llamaban en árabe “Moqawama” (resistencia). Lo cierto fue que su estancia en Babilonia fue mucho más aterradora que eso.
Había otro enemigo invisible que les acechaba y sin que se dieran cuenta, les estaba matando lentamente. Era ni más ni menos que una extraña enfermedad que hacía que cientos de marines fueran cayendo en la enfermería mostrando síntomas variados e inexplicables, al menos para ellos. Incluso la gravedad de algunos casos obligo a trasladarles a Alemania. Algunos presentaban fiebre y cansancio, otros brotes psicóticos, síntomas de PTSD y neurosis atípicas; muchos otros una progresiva degradación de su sistema inmunológico como si estuvieran afectados de neumonias. El cuerpo médico mantenía un total hermetismo y fue entonces que a muchos se les paso por la mente el “Sindrome del Golfo” y afecciones similares que el Pentágono y la Casa Blanca encubrieron durante años.
La situación no podía ser más horrible. Nuestros comandantes cerraban la boca y hacían como si no pasara nada; era algo irreal. “Si no eran los morteros y las emboscadas de la insurgencia, era esta afección que estaba matándonos”, recuerda nuestro comentarista. Como fuera había que salir adelante y mejor no hacer cuestionamientos ya que los altos mandos estaban tan irritados como sus subalternos y ello se volvía un círculo vicioso que afectaba a la moral de toda la unidad.
“Mejor que las plegarias eran las drogas” nos recuerda éste amigo, tratando de explicar que si alguien manejaba la situación en la que su gobierno los había metido, no eran precisamente ellos. No había otra forma de mantenerse en pie. Salir de la ciudadela y atravesar la provincia por la carretera 8 era una ruleta; los vehículos Hummer y Humvis eran presa de los llamados IED (Explosivos Improvisados) que colocaban los grupos de la resistencia que les vigilaban día y noche.
Muchos de los que estuvieron destacados en Babilonia, a su regreso, presentaron graves síntomas y muchos de ellos quedaron incapacitados o terminaron muriendo de “enfermedades no identificadas”.
Lo que los jefes militares y el gobierno ocultaron a sus hombres fue, que lo que desinformadores al servicio de Washington llamaron como el “Sindrome de Babyl” era en realidad un envenenamiento ambiental producto de los gases y residuos de Uranio (UE) y de otras sustancias químicas que habían sido utilizadas por sus propios camaradas en sus bombardeos en la zona. Algunos casos testigos salieron a la luz como el del ingeniero Josh Neusche que pertenecía al 203° Batallón de Ingenieros de la Guardía Nacional de Misouri quien a pesar de su excelente estado de salud antes de entrar en Iraq, moriría un tiempo después por una “enfermedad desconocida” según los reportes sanitarios del Ejército estadounidense.
Pero la lista de casos ha seguido en aumento. Otro caso es el de la capitana Sheila Frankeifield y su esposo quienes tras haber estado destacados en “Balad”, a su regreso presentaron síntomas de cáncer. Actualmente ella presenta cáncer de mama y su marido cáncer de vejiga.
Las estadísticas de la primera guerra además de terroríficas, las mismas escondían una verdad mucho más inquietante. De los 600.000 hombres desplegados en el Golfo Pérsico entre 1990 y 1991, se especulo que solo estaban afectados por el envenenamiento unos 200.000 los cuales estuvieron directamente implicados en las batallas terrestres pero, informes posteriores revelaron que esa atmósfera viciada y tóxica habría afectado al 75% de la totalidad de las tropas desplegadas sin discriminar entre efectivos de la aviación y la Armada. Con lo cual, el Pentágono terminó envenenando y matando lentamente tanto a civiles y militares iraquíes como a sus propios hombres.
Según las investigaciones, lo mismo sucedió en 2003 pero a una escala mucho peor. El territorio iraquí fue severamente radiado por los residuos radiactivos del UE y de otras sustancias venenosas que componían sus municiones de bombas y misiles crucero, haciendo que no solo enfermara a los habitantes locales sino también a sus propias tropas que, como las destacadas en Babilonia, respiraron y se expusieron a éste ambiente venenoso que persistirá por los próximos mil años.
Cuando la Fuerza Expedicionaria de la Infantería de Marina de los EEUU se movilizó al sur más precisamente a la gobernación de “Babilonia”, nuestro comentarista y sus colegas creían que estarían un poco más aliviados del duro clima y la hostilidad de los habitantes de “Falluja” y “Tikrit” donde habían estado desde el inicio de todo. Su capital “Hilla” mostraba el sufrimiento de sus habitantes tras los bombardeos y al mismo tiempo su ira contra su presencia. La ciudad antigua de “Babilonia” y sus monumentos acusaban las marcas de las bombas de la Fuerza Aérea y la Naval que le daba otra excusa a los iraquíes de ese lugar para odiarlos y desconfiar de ellos. Pero eso no era el único motivo del encono. El robo y zaqueos de material arqueológico por parte de efectivos norteamericanos y de algunos oficiales polacos, fue otra gota de un vaso que ya había rebalsado muchos años antes.
La única preocupación y consternación que se oyeron en aquellos momentos fue la de los arqueólogos y empresarios británicos del tráfico de antigüedades, que como el londinense Tim Shadla Hall y John Curtis del Museo Británico mostraban espanto por estos irreparables daños materiales pero un total silencio por las brutalidades que aquellos mismos profanadores habían causado sobre la humanidad de los habitantes del lugar. Pero ¿Qué diablos estaba sucediendo?
Los invasores tan pronto se asentaron en la ciudadela antigua, comenzaron a desembarcar, trasladar y acopiar material bélico dentro de los templos y edificios que nacieron junto a la humanidad. Pertrechos, armamento y municiones de alto poder fueron depositados en varios de estos recintos. Sin el minimo cuidado y hasta con un notable desprecio, demolieron muros y pasaron con sus vehículos blindados por los pisos con más de 2600 años de historia, despedazando sus imágenes y grabados. Sin dudas, una gran contribución de EEUU a la historia.
Aquello solo fue una anécdota con el zaqueo que los altos mandos estaban llevándo en el Museo Nacional de Bagdad y sus Universidades. La cancina excusa para esto fue que “sus tropas protegerían el lugar de los saqueadores”, sin dudas, una ocurrencia que a los iraquíes poca gracia les hizo.
Pero el daño a las piedras no se compararía con el causado a los pobladores de la provincia. Igual que en Al Anbar y más puntualmente en ciudades como “Falluja” y “Al Ramadi” (donde causaron masacres inolvidables), el sufrimiento y la muerte por variados tipos de cáncer y los nacimientos de niños con horribles deformaciones, era la marca y el legado que habían dejado las bombas y misiles con cabeza de Uranio pobre que habían caído tanto en 1991 como en las primeras etapas de la invasión de 2003.
“El miedo era la señora de todos”, nos recuerda este comentarista. Sabían que no estaban seguros aún cuando disponían de más de 2000 hombres, bunkers donde cobijarse por las noches y de todo tipo de armas. El entorno del lugar parecía acecharles. No faltaron los supersticiosos entre la tropa quienes advertían de las malas vibraciones que les trasmitía el lugar. La antiquísima y omnipresente estatua de “Pazuzu” –mujer demonio con alas- parecía augurarles muchas desgracias por venir. Tal vez una premonición, tal vez solo el efecto del miedo y el estrés al que se veían constantemente sometidos por las sorpresivas incursiones de los que ellos denominaban “insurgentes” pero que los pobladores llamaban en árabe “Moqawama” (resistencia). Lo cierto fue que su estancia en Babilonia fue mucho más aterradora que eso.
Había otro enemigo invisible que les acechaba y sin que se dieran cuenta, les estaba matando lentamente. Era ni más ni menos que una extraña enfermedad que hacía que cientos de marines fueran cayendo en la enfermería mostrando síntomas variados e inexplicables, al menos para ellos. Incluso la gravedad de algunos casos obligo a trasladarles a Alemania. Algunos presentaban fiebre y cansancio, otros brotes psicóticos, síntomas de PTSD y neurosis atípicas; muchos otros una progresiva degradación de su sistema inmunológico como si estuvieran afectados de neumonias. El cuerpo médico mantenía un total hermetismo y fue entonces que a muchos se les paso por la mente el “Sindrome del Golfo” y afecciones similares que el Pentágono y la Casa Blanca encubrieron durante años.
La situación no podía ser más horrible. Nuestros comandantes cerraban la boca y hacían como si no pasara nada; era algo irreal. “Si no eran los morteros y las emboscadas de la insurgencia, era esta afección que estaba matándonos”, recuerda nuestro comentarista. Como fuera había que salir adelante y mejor no hacer cuestionamientos ya que los altos mandos estaban tan irritados como sus subalternos y ello se volvía un círculo vicioso que afectaba a la moral de toda la unidad.
“Mejor que las plegarias eran las drogas” nos recuerda éste amigo, tratando de explicar que si alguien manejaba la situación en la que su gobierno los había metido, no eran precisamente ellos. No había otra forma de mantenerse en pie. Salir de la ciudadela y atravesar la provincia por la carretera 8 era una ruleta; los vehículos Hummer y Humvis eran presa de los llamados IED (Explosivos Improvisados) que colocaban los grupos de la resistencia que les vigilaban día y noche.
Muchos de los que estuvieron destacados en Babilonia, a su regreso, presentaron graves síntomas y muchos de ellos quedaron incapacitados o terminaron muriendo de “enfermedades no identificadas”.
Niños iraquies afectados por el Uranio pobre
Lo que los jefes militares y el gobierno ocultaron a sus hombres fue, que lo que desinformadores al servicio de Washington llamaron como el “Sindrome de Babyl” era en realidad un envenenamiento ambiental producto de los gases y residuos de Uranio (UE) y de otras sustancias químicas que habían sido utilizadas por sus propios camaradas en sus bombardeos en la zona. Algunos casos testigos salieron a la luz como el del ingeniero Josh Neusche que pertenecía al 203° Batallón de Ingenieros de la Guardía Nacional de Misouri quien a pesar de su excelente estado de salud antes de entrar en Iraq, moriría un tiempo después por una “enfermedad desconocida” según los reportes sanitarios del Ejército estadounidense.
Pero la lista de casos ha seguido en aumento. Otro caso es el de la capitana Sheila Frankeifield y su esposo quienes tras haber estado destacados en “Balad”, a su regreso presentaron síntomas de cáncer. Actualmente ella presenta cáncer de mama y su marido cáncer de vejiga.
Las estadísticas de la primera guerra además de terroríficas, las mismas escondían una verdad mucho más inquietante. De los 600.000 hombres desplegados en el Golfo Pérsico entre 1990 y 1991, se especulo que solo estaban afectados por el envenenamiento unos 200.000 los cuales estuvieron directamente implicados en las batallas terrestres pero, informes posteriores revelaron que esa atmósfera viciada y tóxica habría afectado al 75% de la totalidad de las tropas desplegadas sin discriminar entre efectivos de la aviación y la Armada. Con lo cual, el Pentágono terminó envenenando y matando lentamente tanto a civiles y militares iraquíes como a sus propios hombres.
Según las investigaciones, lo mismo sucedió en 2003 pero a una escala mucho peor. El territorio iraquí fue severamente radiado por los residuos radiactivos del UE y de otras sustancias venenosas que componían sus municiones de bombas y misiles crucero, haciendo que no solo enfermara a los habitantes locales sino también a sus propias tropas que, como las destacadas en Babilonia, respiraron y se expusieron a éste ambiente venenoso que persistirá por los próximos mil años.