VETERANOS DE AYER
Cómo una idea argentina, que se desarrollo a expensas de mucho esfuerzo, tras ser desechada por su gobierno, termino siendo una fuente de ganancias siderales para la industria de los misiles balísticos
Por Charles H. Slim y Dany Smith
Habíamos visto anteriormente, que en la mayoría de los casos cuando los gobiernos han involucrado a sus países en situaciones incomodas como son los conflictos bélicos, sus ciudadanos son los principales desinformados sobre lo que realmente ocurre y ocurrió durante aquel. La excusa que más se ha escuchado para argumentar esta situación ha sido que “el pueblo no entiende de los importantes temas del estado” o definiciones similares. Ese oscurantismo informativo que se vincula con uno de carácter político y burocrático de los estados occidentales, fue consagrado en una institución casi misteriosa e inescrutable por los gobiernos anglosajones.
Cuando nos remontamos a la primera guerra del Golfo Pérsico, la opinión pública solo tuvo acceso a un pobre porcentaje de la información que además de porvenir de una sola fuente, era supervisada y autorizada por un comité militar estadounidense. Cuando se desató el conflicto, fue fácil para la estructura desinformativa a cargo de un área específica de la inteligencia militar, dar una versión que fuera conveniente y conforme a las directivas políticas de Washington. Pero la etapa previa al conflicto y en especial a las incumbencias que habían tenido los principales actores en todo ese devenir, no era posible ocultarla.
En aquel marco y antes de que Iraq pasara a tener un protagonismo crucial en el mapa informativo mundial, había una situación geopolítica y geoestratégica muy diferente a la que surgió luego de 1991. Con la guerra de Irán e Iraq fogoneada por Washington y financiada por los petrodólares de los estados del golfo, florecieron los más horrorosos y nuevos ingenios bélicos del campo militar; pero a su vez, los más lucrativos y millonarios negocios armamentísticos de finales del siglo. La magnitud de las transacciones y de los intereses que se movían en torno a la continuidad de dicha guerra había convertido al terreno de ambos países en polígonos de tiro y prueba de las armas de las grandes multinacionales de la industria de armamentos. Tan benéfica era para las arcas de las corporaciones y de los gobiernos occidentales, que si había posibilidades de un alto al fuego entre las partes, un episodio sorpresivo reactivaba las hostilidades.
Los principales vendedores de armas de ese entonces como eran EEUU, la URSS y algunos europeos, dieron mucho de sus producciones para que Iraq prevaleciera en el campo de batalla que, dicho sea de paso, se extendía a las ciudades más populosas y alejadas. De esta manera, desde Washington hasta el más penoso miembro de la OTAN (1) podía vender a dos bandas sus armas, obviamente de ciertas características y a un tope limitado. En ese marco y mientras Washington clamaba por los canales públicos el peligro “iraní” y apoyaba a Iraq por su lucha contra “la amenaza de la revolución chiita” proveniente de Irán, por detrás y en secreto, vendía armas a Teherán hasta que, tras un traspié de la CIA, fue descubierto causando una de los primeros escándalos ante los ojos de la opinión pública sobre las incongruencias de la política exterior norteamericana (2). Este suceso era tan truculento y sucio, que más que el tráfico de armas, se asemejo a una operación de ampones de poca monta intercambiando drogas por armas.
Pero en los más altos niveles del desarrollo de armas, los negocios más importantes y clasificados estaban involucradas industrias tecnológicas de muy alta calidad y cuyos productos no podía acceder cualquier país salvo, que hubiera un salvo conducto de alguno de los grandes patrones de la bipolaridad de aquel entonces.
En esa época como en la actualidad, la industria de las armas sigue siendo el negocio negro más lucrativo y peligroso del mundo y prueba de ello es como gobiernos e incluso países enteros han sido devorados por mafias locales conectadas por grandes empresas de armas.
Pero como bien decíamos, no cualquiera podía ingresar al selecto club de los países desarrolladores de tecnología bélica y menos aún, los que experimentaban en el área de los misiles balísticos.
Increíblemente y para la sorpresa de muchos, tal como lo habíamos presentado anteriormente (3) Argentina tenía su presencia tácitamente protagónica en aquel selecto club de los altos desarrolladores militares que oficialmente Washington alegaba como preocupante pero que, al mismo tiempo y tras bambalinas estimulaba mediante sus socios árabes, enfocados en esfuerzos aunados en la lucha contra la “revolución iraní”.
Según la posición oficial de la Casa Blanca y del Departamento de Estado de entonces, veían con preocupación el desarrollo del “Misil Cóndor 2” (4) como un vector orientado a llevar una ojiva nuclear, dado que Argentina poseía durante el gobierno de Alfonsín –y bastante a duras penas- un desarrollo en el área bastante adelantado pese, a las restricciones que aquel gobierno comenzó a implementar. Pero quienes realmente estaban preocupados eran los británicos y los israelíes quienes cada uno por causas bastante claras, no querían a una Argentina con semejante poder.
Desde esta posición se argumentaba que, Argentina podría representar un serio peligro para la seguridad regional por lo que se la debía presionar para que abandonara sus desarrollos en el programa misilistico. De esta manera mediante las presiones de la MTCR y de las continuas sugerencias vertidas por los canales diplomáticos –que redundaban en beneficio de Londres- no fue difícil asustar al gobierno de Raúl Alfonsín para que a mediados de 1989 y definitivamente, Argentina se retirara del proyecto pero, dejando todo su material intelectual, sus cálculos y los diseños en los talleres montados en Egipto e incluso en Iraq.
Tras este logro, los estadounidenses mantuvieron silencio y la CIA que seguía de cerca los progresos no le comunicó a sus aliados británicos éste desbande argentino por un simple motivo: Había que comprobar si el Cóndor 2, era tan formidable como se lo había descripto. De ese modo, se dejó que los egipcios e iraquíes que estaban comprometidos en tratar de derrotar definitivamente a Irán, concretar y desarrollar la producción de los misiles “Cóndor 2” pero, con reformas y nuevas denominaciones. Según algunos informes de inteligencia de esa época, para finales de 1988 Iraq había lanzado varios de estos prototipos contra instalaciones portuarias iraníes con resultados bastante loables desde el punto de vista del alcance y de de la novedosa guía que llevaban. Por supuesto que Buenos Aires no estaría enterado de estos logros que, para ese momento con el cierre de INTESA S.A. y de las instalaciones del “Chamical”, ya estaban embolsados para los egipcios, los iraquíes y las grandes empresas de tecnología misilistica europeas. Solo para recordar y en una breve reseña, empresas como la Messerchmitt Bolkow Blohm (MBB) de Alemania Occidental y la SNIA italiana –Subsidiaria de la FIAT- habían estado involucradas activamente desde 1985 en el desarrollo de las dos etapas del misil Cóndor que solventaron sus trabajos con fondos provistos por Bagdad y Riad principalmente.
Según las fuentes históricas, la MBB alemana colaboraba con los egipcios pero, recordemos que el proyecto era argentino, lo que, al presionar al gobierno de Alfonsín –que no puso ninguna resistencia- los ingenieros argentinos debieron abandonar sus locaciones en el Cairo e irse sin su proyecto y con la cabeza gacha; obviamente esto represento claramente una clara estafa para la Argentina y de la cual Washington fue el principal orquestador. Y si bien desde Londres se expreso un claro alivio por esto, los israelíes no podían decir lo mismo. La genialidad de los científicos argentinos había pasado a manos de sus enemigos árabes y había posibilidades ciertas de que se extendiera a países islámicos como Irán y Pakistán que son incondicionales aliados de la causa palestina.
Pero lo más insólito de todo esto, era que Argentina no saco ningún tipo de provecho. Es más, cuando Buenos Aires pudo haberse sentado a negociar con Washington para al menos “blofear” sobre sus condiciones para aceptar las pretensiones de destruir un proyecto como el “Cóndor2”, sus políticos tal como si tuvieran alergia –para no decir pánico- a enfrentar la situación, optaron por aceptar todo lo que EEUU imponía. Había sido claramente inverosímil y ridículo, ver como los mejores ingenieros del Cono sur americano, se habían ido con las manos vacías –sin un solo centavo de lo que valía su proyecto- para regresar a su patria sin dinero ni los frutos del trabajo de una década de desarrollo.
Para cuando asume el gobierno el peronismo con Carlos Menem en 1989, para Washington seguía siendo una preocupación –trasladada por Londres- el destino de los conocimientos que tenían los ingenieros argentinos que habían trabajado con sus colegas árabes en el “Cóndor 2” y en las instalaciones que aún –y a muy duras penas- seguían abiertas en “Falda del Carmen”, Córdoba. Asombrosamente, la CIA y las agencias militares de inteligencia no estaban seguros si los argentinos estaban al tanto de lo que los egipcios e iraquíes habían logrado tras su partida. Fue por ello, que se vieron obligados a tratar de obtener información actualizada sobre la situación del desarrollo aeroespacial argentino.
Lejos de las sospechas del Departamento de Estado, encontraron en Menem y sus partidarios una muy buena predisposición para cooperar con, ya no acabar el programa misilistico argentino, sino directamente “su entrega a manos del Pentágono” para su destrucción. En ese sentido y como muestra de buena voluntad, cuando ocurre la crisis del 2 de agosto de 1990, Menem da señales de que pondría a disposición de Washington toda la ayuda a su alcance ante la crisis que se había desatado en el Golfo Pérsico. Fue quizá la mejor oportunidad que el gobierno argentino dejo pasar en forma estúpida; tal vez por temor, tal vez por una avezada – e ilusoria- pretensión de convertirse instantáneamente en un aliado de Washington, Carlos Menen y el entonces Ministro de relaciones exteriores Romero no sacaron el tema como un intercambio de “toma y daca”.
Al mismo tiempo y como si todo estuviera coordinado, unos meses antes de que se desatara la crisis, las empresas europeas vinculadas al proyecto de perfeccionamiento de las capacidades del misil “Cóndor 2” entre otros, que se realizaban en el complejo “SAAD 16” en Iraq, entraban en liquidación y en teoría desaparecería toda la información existente sobre aquellos desarrollos. Con esto y muy convenientemente, cualquier futura reclamación judicial por derechos intelectuales sobre la posible aparición de un misil muy similar al legendario “Cóndor” argentino, quedaba evaporada. Para ese momento, Iraq ya tenía en sus arsenales, varios misiles “Cóndor” pero que habían sido reformados y rebautizados como “Al Bakr I” y su variante naval “Al Bakr II” que tenían un costo de mercado de varios millones de dólares, de los cuales ni Buenos Aires ni sus científicos vieron nunca.
Fue sin dudas en esas jornadas y en medio de esas calientes circunstancias, que los navíos argentinos de la fuerza de tareas 88.1, fueron involuntarios y ciegos testigos de cómo algunos de esos mismos misiles, pasaban a miles de metros por encima de sus cabezas sin saber que habían sido creados por compatriotas unas décadas antes. La madre de las inconsecuencias o más bien, la más terrible ironía hubiera sido si uno de esos misiles hubiera impactado de lleno sobre alguno de los buques argentinos cuando operaban a solo menos de 100 millas de las costas sauditas o les hubieran tomado desprevenidos haciendo puerto en instalaciones tan alejadas como “Al Jubail” en Arabia Saudita, “Bahrein” o “Al Ruwais” en Emiratos Árabes.
Cementerio de Helicopteros en Arizona
Así de esta manera, podemos ver como en una enmarañada cadena de situaciones que se vinieron dando desde la década de los setentas cuando nace el proyecto “Cóndor” , pasando por una etapa de amplio desarrollo en los ochentas propiciado por la participación financiera y operativa de los países árabes –claramente molesta para Londres y Tel Aviv- llegamos a la década de los noventas a un epilogo casi desopilante en el cual y a pesar de la obsecuencia del entonces gobierno argentino, no solo no obtuvo los beneficios que Washington le sopló en el oído a sus pares en Buenos Aires sino que aún peor, una vez que se aseguraron que las reformas hechas por Iraq y que fueron vistas en acción en episodios de esa guerra que quedaron como ULTRASECRETAS, dieron luz verde para que todo rastro de ese proyecto en manos argentinas, fuera destruido a cambio de que Washington le otorgarse unos cuantos viejos aviones A-4Q, algunas piezas de repuestos para helicópteros BELL –sacados de sus cementerios de Tucson y Arizona- y la promesa de bregar para que Buenos Aires fuese admitida tanto en la OTAN como en el Régimen de Control de Tecnología de Misiles (MTCR)