Monumento a veteranos de Malvinas
Cuando los gobiernos han necesitado emprender políticas riesgosas más allá de los límites de sus fronteras que están entre la vida y la muerte, echan manos a sus Fuerzas Armadas que son la herramienta para la cual los políticos se valen para concretar planes en los cuales, sean necesarios ejecutar con el uso de la fuerza. Más allá de las consideraciones políticas, su movilización desata una serie de consecuencias que hace a la condición de militares regulares. Desde el más alto oficial de sus estados mayores hasta el último de los soldados rasos responden a las órdenes impartidas por el gobierno que a su vez y en teoría responde a la voluntad popular y que legaliza sus actos mediante las deliberaciones de un parlamento el cual a su vez, ha reglamentado la situación de las fuerzas de su nación.
En este marco las fuerzas militares, sean del país que sea, se ajustan al mandato de su gobierno y sus comandantes las transforman a su vez en órdenes y sin discusiones se llevan a la práctica. Pero aunque el lema en el servicio sea “obedecer sin cuestionamientos”, los precedentes de varios hechos de la historia demuestran que ello ha sido utilizado con un amplio abuso por los que se acomodan en los gobiernos “democráticos”, a tal punto que han tratado de recortar derechos a esos mismos que usaron para sus propósitos políticos que enmarcan en rótulos convenientes como “temas de estado”, “seguridad nacional”, “paz internacional” y muchas otras argucias que no significan nada. A lo largo de la historia del siglo pasado y del que estamos transitando, los casos de falta de reconocimiento de la calidad de veterano a miles de hombres y mujeres que fueron enviados a campañas bélicas lejos de sus patrias, son más de lo que muchos podrían imaginar.
Australianos del BCOF en Japón
Pero no solo eso. Muchos de esos hombres fueron hechos pasar como “invisibles” a sus reclamaciones cuando se dieron cuenta que habían sido expuestos a situaciones que sus respectivos gobiernos mantenían como “TOP SECRET” y para lo cual, no había la mínima probabilidad de que se pudieran exponer a registraciones o expedientes que pudiesen dejar rastros. De este modo desde los soldados norteamericanos expuestos a las pruebas nucleares en el desierto de Arizona que fueron muriendo prematuramente de cánceres, o los soldados australianos, indios, y neozolandeses que tras conformar los batallones BCOF de apoyo a la ocupación aliada del Japón al finalizar la II guerra mundial, a su regreso comenzaron a enfermarse por las evidentes influencias de la radiación de las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. El gobierno australiano nunca realizó algún estudio sobre la situación de estos hombres y apostó más bien a que se fuesen muriendo poco a poco hasta que no quedase ninguno. Ni hablar de los veteranos de Vietnam que además de las huellas psicológicas por las aberraciones de la guerra, trajeron consigo y filtrados dentro de sus organismos los daños genéticos por la exposición al “Agente naranja”, una supuesta llovizna inofensiva que, según los comandantes solo afectaba a los árboles, era rociada por los aviones de la Fuerza Aérea y que muchas veces les pasaban por sus cabezas. Pasaron años para atender los reclamos de aquellos hombres que morían dolorosa y lentamente, recibieran la atención de su gobierno; pero fue necesario que hicieran mucho esfuerzo legal para presionar a su gobierno para no caer en el olvido.
Monumento de Veteranos de Vietnam
En los casos de los veteranos australianos que regresaron del Japón, sus hijos actualmente y hasta sus nietos sufren de deformaciones congénitas y canceres diversos que, pese a los incansables reclamos, el gobierno de Sidney ha venido haciendo la vista gorda olvidándoles en el laberinto burocrático. En el caso de los norteamericanos la presión ha sido sostenida y creciente pudiendo obtener ayudas del gobierno que les otorgó cuando menos el reconocimiento de la condición de veteranos y los beneficios que como la pensión conlleva el reconocimiento.
Para finales del siglo XX, en las postrimerías de una circunstancialidad política mundial cambiante, Washington convoca a una alianza multitudinaria para remontar una campaña militar en el Golfo Pérsico sin advertir a sus propios miembros y menos aún, a los que se plegaron esta alianza que en aquel Teatro de Operaciones habían en poder de los iraquíes y a su vez llevaban en sus propias bodegas de carga, todo tipo de armas químicas y radiactivas que comprometerían a posterior a la salud los pobladores y de cada uno de los miembros uniformados. La historia se repetía y aquellos que prestaron servicio en la llamada Tormenta del Desierto de 1991, al poco tiempo de regresar comenzaron a mostrar extrañas afecciones a la salud que fueron encubiertas por el Pentágono y la Casa Blanca.
Uno de los casos contemporáneos de la lucha por el reconocimiento de los derechos de aquellos que habían combatido en una guerra de intensidad es sin dudas, el caso de los argentinos tras la guerra de las Malvinas.
Para algunos analistas Argentina es el paradigma difícil de entender. Único en todo el cono sur en su experiencia en una guerra moderna nada menos que contra un miembro de la OTAN, dejó en claro en la guerra de Malvinas de 1982 que sus hombres eran tan o más valiosos que cualquier máquina de guerra que los británicos movieron a las aguas australes, pero al regreso a sus hogares, fueron poco menos que despreciados por sus gentes, una situación que se extendió desde el primer gobierno democrático de posguerra hasta hace unos años.
Alfonsin y Jaunarena
Aunque el entonces gobierno radical de Raúl Alfonsín allá por 1984 sancionó una ley que reconocía la calidad de veteranos a los ex soldados conscriptos que habían participado en el Teatro de operaciones del Atlántico Sur , su intensión era meramente partidocratica dirigida a socavar las bases de las FFAA dejando de lado a un grueso importante de quienes habían cumplido con el mismo mérito y patriotismo con las acciones bélicas que se habían desarrollado en torno las islas y sus aguas adyacentes. Se pretendía legislar algo así como para “un ejército de conscriptos” que había llevado adelante aquellas operaciones en el TOAS. En esta circunstancialidad irreal, ridícula e infantil se buscaba castigar a suboficiales y oficiales por el solo hecho de haber sido “tropa regular” de las FFAA argentinas, de su propio país, una característica típica de las ambivalencias y miserias políticas de los argentinos.
La irracionalidad de semejante elaboración legislativa debió ser reformada con el paso de los años (ley 23848) ya que la misma vulneraba uno de los principios constitucionales, como es el “Trato igualitario” (Art. 16 Const. Nac) que, entre otros, sostiene el sistema republicano argentino. Pero incluso si no se hacía la debida justicia legislativa con aquellos hombres, desde una mirada imparcial y más técnica, nadie podría creerse que solamente “conscriptos” hubieran conducido las acciones de aquella guerra. Dejar de lado a pilotos, sargentos de tropa, mayores y marineros de carrera era simplemente una incongruencia absoluta. Pero debieron pasar años para que se hiciera justicia con estos sectores que estuvieron –gustarse o no a los políticos- junto con los conscriptos.
Un caso emblemático de la arbitrariedad gubernamental, se pudo ver con el hundimiento del Crucero ARA “Gral. Manuel Belgrano” que, más allá de la posición que revestía en aquellos momentos, sufrió uno de los actos de guerra más arteros y sangrientos de la guerra en la que se perdieron 323 tripulantes argentinos. En el marco antes expuesto, signado por el rencor partidocratico del alfonsinismo y su “Coordinadora” ni se les paso por su mente en considerar aquel hecho como un factor para que se les reconociera la calidad de veteranos. Sobre esto hay que recordar que ese gobierno fue un enconado precursor de la “desmalvinización” y del desguace de las FFAA, una gestión celebrada y aplaudida desde Londres.
Cuando llego el gobierno neoliberal de Carlos Saúl Menem, lejos estuvo de rectificar este camino ominoso para con éste sector y llegó incluso, a negar expresamente el reconocimiento a los tripulantes sobrevivientes bajo argumentos comprobadamente arbitrarios. A su vez y contradictoriamente a esa posición, Menem envía un grupo naval para participar en las operaciones que desembocaran en la guerra del Golfo Pérsico.
Con el paso de los años, los reclamos administrativos se fueron acumulando y los combatientes de todas las fuerzas se fueron uniendo a los mismos y organizados en sociedades civiles, direccionaron las peticiones para asistirse recíprocamente ante las necesidades que surgían de propio reclamo. Este reclamo remonto vuelo y logro sus propósitos con una modesta celeridad y en pocos años obtuvieron respuestas. Sin dudas de que ello fue posible por una voluntad política del gobierno de Néstor Kirchner que, tras décadas de ignominia, propicio éste reconocimiento legislativo desde el PE.
Al final la racionalidad prevaleció y el reconocimiento integral llego en 2005 con la sanción de Decreto 886/05 que dejaba de lado las distinciones odiosas y reconocía a todos los que habían participado en las acciones bélicas sus debidos derechos.
Pero la casuística argentina sobre el reconocimiento de sus veteranos no se acaba con este caso. Cuando sube el gobierno de Carlos Saúl Menem, la Argentina toma un rumbo geopolítico inesperado y sin escrúpulos –e incluso inconscientemente- se acomoda a los lineamientos de la Casa Blanca que se aprontaba a llenar los vacíos que dejaría el derrumbe de la URSS. Una de las fases de esos planes se concretaría el 2 de agosto de 1990 cuando Iraq “invade” Kuwait, lo que sirvió de excusa para construir una de las fuerzas militares más grandes de finales del siglo XX. El gobierno argentino se apresuró a ofrecer su participación y sin evaluar contingencias de la magnitud de su decisión o las posibles consecuencias políticas-militares y sociales que podrían devenir.
Tal como temieron algunos, la guerra se desató –tomando por sorpresa al gobierno argentino- y no hubo límites para su desarrollo. Las ciudades con civiles fueron blancos indiscriminados de los aviones de la coalición. Misiles crucero “TomaHawk” disparados desde los buques en el Golfo y los lanzados desde aviones enriquecidos con Uranio, devastaron barrios enteros. A todo esto, la voladura de plataformas petroleras y el incendio de los pozos en Kuwait genero un medio ambiente venenoso que entre otras, causaba una lluvia negra producto del aceite que se quemaba en los desiertos a más de 50ª C. Como contra parte, los iraquíes lanzaron todo lo que tenían en sus arsenales y entre sus más temibles armas, estaban proyectiles con cabezas químicas (vgr. Gas Sarín, Tabún, Cloro e incluso gas Mostaza) que fueron vehiculizadas –según testimonio de oficiales y documentos iraquíes- desde morteros pesados hasta en cabezas de los misiles balísticos más poderosos.
Sin dudas, ésta guerra no reviste el mismo carácter que la de Malvinas, pero eso no influye en lo que hace al fondo del reclamo de cada miembro remitido al golfo. La legislación internacional agrupada en los Convenios y Protocolos no dejan lugar dudas y ello solo deja en evidencia que se los está estafando.
Hoy por hoy y a diferencia de los anteriores casos, el de los argentinos que estuvieron en las operaciones “Escudo del Desierto” y “Tormenta del Desierto” aún ni siquiera se les reconoció la condición de veteranos y sin eso, es muy difícil que puedan luchar por que reconozcan la potencialidad a las afecciones producto de aquel medio ambiente venenoso al que fueron expuestos.
Sin dudas, los argentinos que operaron en el Golfo Pérsico están respaldados por la casuística de sus propios camaradas y por incoherencias tales como es, el reconocimiento de VTG de Malvinas a un ciudadano ingles que argucias mediante, hoy cobra su pensión de 13.000$ que no cobra un argentino que si prestó servicio para su país.
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