VETERANOS DE AYER
Una ocultada táctica aérea iraquí
La historia oficial de lo ocurrido en aquel duro teatro denominado TOK, como en toda guerra, está repleta de anécdotas y vivencias que escaparon a los intereses y atención de los escribientes de los dossiers del Pentágono y del Departamento de la Marina. En muchos casos el juicio para relegar los hechos como no trascendentes, estaban más bien señalados como inconvenientes y dignos de ocultar.
Gracias al paso del tiempo y por la circulación de reveladores documentos que reflotan aquellas informaciones que en 1991, ponen más luz sobre aquellos molestos trascendidos para el interés de los militares y para el gobierno en Washington.
Según la versión oficial de la llamada operación “Desert Storm”, las fuerzas aéreas de la coalición en conjunto con sus comandos de operaciones especiales, tanto americanos como los SAS británicos y que se infiltraron en lo profundo del terreno, lograron inutilizar gran parte de la fuerza aérea iraquí, a sus defensas antiaéreas y a los temibles misiles SCUD, exponiendo así, un exitoso golpe contra “las aspiraciones de Saddam”. A todo ello, con el absoluto control y en todo tiempo del territorio por parte de los sistemas de vigilancia satelital NORAD, los comandantes de las operaciones en especial el general Normand Shwardzkopf, el Tte. General británico Sir Peter Edgar de la Cour y el general francés Michele Roquejeoffre quedaron forjados en el bronce de la historia como los brillantes directores en una guerra relámpago que no tuvo casi costes para sus filas.
Pero las historias abreviadas –y parciales- son odiosas y en el caso de una guerra como la del Golfo Pérsico esta maniobra gramatical surge claramente tendenciosa. En este sentido y según las versiones que surgen de documentos de las ex FFAA iraquíes de entonces, varios de sus aviones habían sido desperdigados por todo el territorio en función de dificultar las operaciones de los estadounidenses y de sus aliados. Incluso muchos de aquellos aviones, fueron enterrados en hangares camuflados como dunas en las arenas del desierto, siendo solo algunos ellos capturados tras el ingreso de las fuerzas norteamericanas tras la retirada de Kuwait.
Todo esto viene a cuento de uno de los incidentes – de los muchos- que fue silenciado, uno más, por el comando de operaciones aliado que involucró a tress intrusos enemigos que se lanzaron a la caza sobre las aguas del golfo.
Cuando para la fecha se aseguraba que la mayoría de los aviones iraquíes estaban destruidos o habían huido a Irán, otros aguardaban sus últimas ordenes. Este fue uno de ellos.
Según un documento revelador de las FFAA iraquíes traducido como reservado, se detalla una operación que claramente había sido planificada previamente y que estaba a cuento con el atomizado despliegue de los aparatos iraquíes por todo el territorio, tanto de Irak como de Kuwait. Según se describe, un grupo de ataque compuesto por dos aviones MIG-23 y un Mirage F1, partieron de su base secreta al suroeste de Bubiyan, en una operación fue lanzada a las 0015hs del 22 de febrero del 1991 desde un aeródromo de pista desmontable que había sido camuflada con una lona color arena que no fue detectada por los aviones ni por los satélites espía.
Ni las instalaciones ni los pilotos designados para estas misiones eran convencionales. En otra muestra de la estricta censura militar que rodeó a la campaña de la Coalición, se oculto al conocimiento público que los iraquíes habían montado al menos una docena de estos “aeródromos provisorios” dispersos entre el desierto al noroeste de Kuwait capital y el sureste de la localidad de Abdali, que estarían a salvo de los golpes aéreos de los B-52 y otros bombarderos tácticos.
Según algunas fuentes de la ex inteligencia IIS de Saddam –y que por entonces tenía muy buenas conexiones con la CIA- la mitad de estos emplazamientos habían sido montados furtivamente entre cuatro a seis meses antes de la crisis del 2 de agosto, sin que los kuwaitíes supieran que durante la noche y por sectores desguarnecidos, unidades especiales del ejército iraquí llegaban a puntos determinados y comenzaban los trabajos para montar hangares inflables semi enterrados en la arena que podían ocultar cómodamente a cualquier avión caza y sus armamentos. Las pistas eran de placas ensamblables que medían entre 800 a 1000 metros de longitud que solo podían ser reutilizadas dos veces, lo suficiente para lo que tenían planeado.
Las explicaciones de cómo Bagdad concreto estas infiltraciones llevarían un capítulo aparte. Lo cierto es que esto era parte de la variedad de tácticas que Saddam y sus más hábiles comandantes del partido “Baas” habían concebido con una sospechosa mano amiga.
Oficialmente ni La Casa Blanca ni el Pentágono estaban al tanto de estos hechos y como dicen las reservas legales “cualquier semejanza con hechos de la realidad es pura coincidencia”. Los toscos y endurecidos generales como Schwarzcopf y sus comandantes de campo solo se atenían al itinerario que bajaba de Washington y punto.
En la noche de aquel jueves 21 de febrero de 1991 y muy cerca de la medianoche, en la aparente soledad del desierto al suroeste de Bubiyan, tres aparatos de la fuerza aérea iraquí encienden sus motores mientras dos hombres despejaban la pista que se hallaba cubierta con una gruesa lona color arena. Sin balizas ni luces de señal, los pilotos de los MIG-23 y del Mirage F1 armado con un misil “Exocet”, rodaban sus aparatos para partir uno a uno a una misión suicida.
Según algunas fuentes, no todos los aviones portaban equipos electrónicos de guía de misiles ni se utilizarían las radios; es más, estas bases improvisadas no tenían ni torre ni radar dado que solo servirían para un solo uso.
En aquellos momentos, las fuerzas de la coalición estaban saturando de bombardeos la isla Bubiyan y Failaka, donde los estadounidenses creían que se emplazaban fortificaciones y minas en una maniobra por hacerle creer a los iraquíes que se preparaba un asalto anfibio. El frente de fuego era inclemente y los estadounidenses comenzaban a mostrar querer ir más allá de Kuwait. En estas circunstancias, el grupo recibe la orden de atacar el acorazado “USS Wisconsin” que se hallaba bombardeando las costas con una escolta de cinco buques aliados.
Según esta versión la escuadra emprendió su raid a las 0015hs en momentos que el horizonte se veía iluminado por los refusilos del fuego de los bombardeos navales y de las baterías antiaéreas contra las pasadas a gran altura de los aviones B-52G. Con total silencio de radio y emprendiendo vuelo a baja altura por el suroeste, el grupo de ataque salto a las aguas del mar kuwaití guiándose con lentes “nigthscope” infrarojos que permitían ver las luces de los navíos que estaban a unas cien millas de las costas, ocupados en lanzar entre otros misiles BGM-109 “Tomahawk” que estaban indiscriminadamente golpeando Bagdad.
La versión de la Coalición refiere que, a las 0024hs el controlador del “HMS Exeter” que se encontraba barriendo el cuadrante del noroeste de las costas de Kuwait detectó ecos imprecisos, ecos en el radar que se perdían por momentos. Inmediatamente se llamó a estaciones de batalla y ante las confusas señales de aquella amenaza, se alerto inmediatamente a las naves del sector sobre el intruso “Delta, Bravo, Charly” que se estaría moviendo a muy baja cota con lo cual, el uso de los “Sea Dart” se veía dificultado. De esta manera y mayores detalles los buques escolta informaron que se abatieron a los tres intrusos sin que registrase daños o bajas en sus unidades.
Una vez más, la versión aséptica y en apariencias coronada por la eficacia infalible de las fuerzas navales anglosajonas, anotaban un nuevo triunfo sin consecuencias de ninguna índole.
Pero según reza un documento del IIS y una traducción de un reporte de la Inteligencia naval con carácter secreto, el encuentro con “Delta, Bravo, Charly” pudo haber costado más caro que lo producido oficialmente en los informes de esa incursión. Esto señalaba que a pesar del escueto reporte oficial, se había producido un “ida y vuelta” que dejó un saldo destructivo para la Coalición. Apenas tres días antes con los incidentes del “USS Princeston” y el “USS Trípoli” frescos en las mentes de las tropas, se hacía necesario mantener este nuevo golpe que de haberse hecho público, pudo haber derruido la moral justo en momentos que se preparaba la operación de avance.
Según la pieza informativa iraquí, el grupo de ataque apenas entró a las aguas adyacentes y rodeando la isla “Al Zawr”, el Mirage F1 encendió su radar de ataque para identificar un blanco mientras sus compañeros de los MIG-23 optaron por dispersarse para confundirse con el misil que se dirigiría al frente. Según el reporte que estaba dirigido al jefe de la inteligencia de la Guardia Republicana Ayad Al Jalif, “la misión fue exitosa impactando el misil contra un buque monitor estadounidense que protegió a una fragata que se hallaba a unas dos millas de la posición. Estimación de cincuenta a cien bajas a confirmar. Dos naves pequeñas más fueron alcanzadas por los “yajid” (los pilotos de los MIG) que encontraron el martirio en proximidades del objetivo principal. Sin novedad sobre “Al Duyum” (sería el Mirage). Dios es Grande”.
Estaba claro que la férrea censura militar de ese momento y de la cual colaboraron los grandes medios informativos, no permitió que se filtraran episodios como estos y mucho menos que se divulgaran cifras –ni estimaciones aún- de bajas entre las fuerzas aliadas. Con el final de las hostilidades, obviamente los vencidos nunca serían escuchados y por supuesto los medios informativos no estaban interesados en que sus historias se dieran a conocer.
Lo cierto es que, más allá de la muy discutida verdad oficial y del tiempo transcurrido, el Teatro de operaciones en Kuwait mostro más complejidades y peligros de los que los estrategas y comandantes a cargo