1. INTRODUCCIÓN
Por lo menos queda un testigo de lo que paso:
https://www.dropbox.com/home?preview=EL+CONFLICTO+IRAK+POR+ALMIRANTE+(RE)+MOLINA+PICO.docx (enlazar y buscar en Google)
Sancionado el 13/02/1991 la ley 23094, después que terminado el conflicto.
A Treinta años de la participación argentina en el conflicto bélico desatado en Kuwait en agosto de 1990, resulta válido analizar desde una perspectiva histórica más amplia los profundos debates sobre la inserción internacional que aquélla situación suscitó.
Fundamentalmente porque algunas de las racionalizaciones y construcciones ideológicas allí aplicadas dieron el tono a más de diez años de política exterior y continúan siendo objeto de discusión y análisis. La primera Guerra del Golfo fue muy significativa a nivel mundial y también a nivel local.
Respecto de la economía norteamericana representó una respuesta a la crisis económica del país y el triunfo de los sectores vinculados a la industria de armamentos y manufactureros de punta que buscaban reestablecer el su predominio en el mundo a través de una política internacional agresiva, que creara las condiciones para la profundización de su hegemonía en el Tercer Mundo (avanzando por ejemplo en la subordinación de América Latina a los Estados Unidos) y montándose sobre la debilidad militar de Europa y Japón y en el repliegue soviético, desplazando así a otros ligados al mercado interno y a las viejas manufacturas fordistas, defensores del proteccionismo y de la reindustrialización.
Asimismo, el conflicto demostró que la clase dirigente norteamericana había superado el síndrome de Vietnam y que los Estados Unidos estaban dispuestos a intervenir militarmente en todas partes del mundo. Así, una guerra de intervención en un país del Tercer Mundo reordenaba las relaciones de fuerza en la economía internacional.
Lejos ya de los primeros planes de la presidencia de Reagan, el objetivo central de la guerra en el contexto de la crisis económica norteamericana era el de controlar recursos y negarles mercados a los demás, ganando tiempo para la recomposición de la economía interna, representando un cambio de estrategia global para lidiar con la crisis del capitalismo norteamericano.
Fue justamente luego de que estallara esa guerra, que el presidente George H. W. Bush invocó la existencia del “Nuevo Orden Mundial”.
Lo hizo pocos días después de la invasión, el 11 de septiembre de 1990, en un discurso pronunciado ante las dos cámaras del Congreso. Respecto de las transformaciones del sistema internacional, la guerra hacía visible esa racionalización posterior. Era la primera vez que los Estados Unidos, junto con las potencias occidentales actuaban sin la oposición del bloque de países soviéticos. La potencia del norte obtuvo el apoyo de treinta y dos países.
En cuanto a la coyuntura local argentina, el conflicto en Kuwait provocó una serie de intensas discusiones al interior y entre el Partido Justicialista (oficialismo) y la Unión Cívica Radical (oposición) referidos a distintas posiciones sobre la política exterior y el rol de la Argentina en el escenario mundial.
Aquí se abordarán esas discusiones, porque su implicancia trascendió el conflicto puntual y constituyó un hito histórico, no sólo por la ruptura de una tradición neutralista sino porque la construcción discursiva que legitimó el envío de tropas traducía una nueva concepción respecto de la inserción internacional del país.
Este artículo constituye una aproximación al análisis de las posiciones políticas de los partidos con mayor representación parlamentaria en el país (UCR y PJ), a través del estudio de caso de la Guerra del Golfo Pérsico desatada en 1990.
La pregunta central es en qué medida los debates parlamentarios fueron reflejo de dos modelos de inserción internacional diferentes y contrapuestos. Para ello deben inscribirse en la coyuntura política y económica nacional ampliada.
Aquí reside la importancia del enfoque histórico de esta problemática. Si bien la problemática estudiada aquí pertenece al área de estudio de las relaciones internacionales, “ninguna teoría de las relaciones internacionales es posible si ella no se sitúa en la perspectiva dinámica, en la del movimiento” (Duroselle, 1992:177).
Identificar el objeto de estudio implica un recorte cuyo objetivo es, en este caso, analizar en profundidad la dinámica política del período, pero esa esfera no puede interpretarse en forma autónoma respecto del resto de las dimensiones de la realidad social. Hay una instancia propia de lo político, pero no auto referida, o auto explicativa.
Sólo la historia permite vincular los elementos propios con los otros movimientos en la sociedad, y por lo tanto, no sólo explicar los movimientos particulares de la dinámica 3 política sino también su inscripción en los procesos totales, que a su vez son constitutivos, condicionantes y condicionados por la dinámica política.
El objetivo de este trabajo es, en primer lugar, reconstruir los debates en torno al envío de tropas al Golfo Pérsico, y en un segundo momento, interpretar las concepciones o tendencias más profundas que reflejaron.
2. LA RELACIÓN DE LA ARGENTINA CON LAS POTENCIAS. HACIA EL ALINEAMIENTO.
La década de los noventa fue escenario de cambios profundos con respecto a la inserción internacional del país. Algunos de ellos venían abriéndose paso ya desde el “giro realista” del gobierno de Raúl Alfonsín. Otros, se constituyeron como “novedad” a partir del gobierno de Carlos Saúl Menem e implicaron un viraje fundamental.
La adopción de un determinado patrón de inserción internacional se vinculó con fenómenos de transformación económica, social y política que han provocado fuertes debates y prolíficos análisis y se inscribió en el marco de la proclamación del mundo “globalizado”, caracterizado por la unificación del mercado mundial a partir de la desintegración de la Unión Soviética -incluyendo la producción, la comercialización, los mercados financieros y los de servicios- y el dominio total de las economías de mercado.
Desde los Estados Unidos se proclamó, como decíamos, la existencia de un “Nuevo Orden Mundial”, un orden único, en el que se desdibujarían las barreras políticas, y donde se puso en cuestión la propia vigencia y relevancia del Estado-nación. En consecuencia, también desde ese país se afirmaba el sostenimiento de “valores internacionales” y una “legalidad internacional” como expresión de ese “nuevo orden”.
Como contracara de este discurso, la aparición de distintos conflictos bélicos como la primera Guerra del Golfo, entre otros, demostró a comienzos de la década del 90 que la “globalización” de las relaciones económicas mundiales no había significado la formación de una “comunidad internacional” igualitaria, sino que se había acentuado la dependencia y el atraso de los países periféricos. La guerra del Golfo, hizo evidente el peso aún vigente de los Estados nacionales, particularmente el de las grandes potencias.
La participación argentina con el envío de dos naves en la Guerra del Golfo formó parte de una serie de medidas de política exterior del primer gobierno de Carlos Saúl Menem, cuyo objetivo era principalmente demostrar el alineamiento con los Estados Unidos, en el marco de una estrategia de inserción internacional que priorizaba 4 las cuestiones económicas, sustentándose en los supuestos del “realismo periférico”, a los que haremos referencia.
Para situarnos en el contexto de las relaciones bilaterales entre la Argentina y la potencia del norte, durante la década de los ochenta tanto la coyuntura internacional y nacional como la tradición político-ideológica del partido radical habían permitido la existencia de una estrategia diplomática de alto perfil que mantuvo –en principio márgenes de autonomía con respecto a los Estados Unidos, y que priorizaba la inserción multilateral.
Esta estrategia se sostenía principalmente en la posibilidad de “diversificar los puntos de apoyo” con Europa occidental y con la Unión Soviética, tal como lo afirmaba el canciller de Raúl Alfonsín, Dante Caputo [2].
Sin embargo, una de las prioridades de la política económica exterior durante la década de los ochenta fue el tratamiento de la deuda externa, que presionaría fuertemente sobre la economía argentina.
Cabe recordar que dicha década se caracterizó por las dificultades – al igual que en el resto de las economías latinoamericanas- que hicieron que el período se conociera como la “década perdida”, signada por el elevado endeudamiento externo, los precios decrecientes de las exportaciones de materias primas, el aumento del proteccionismo por parte de las potencias industriales y las altísimas tasas de interés internacionales.
Para 1984, la estrategia multilateral de negociación de la deuda externa llevada a cabo por Argentina junto con otros países latinoamericanos había fracasado [3] , y a partir de allí la relación con los Estados Unidos y con Europa comenzó a modificarse.
Ese cambio tanto en la política económica como en la política exterior es lo que se denominó como un “giro realista” de Alfonsín, y algunas de sus manifestaciones más notarias fueron su compromiso a pagar la deuda -a partir del cual Reagan medió entre el gobierno de Buenos Aires y la banca acreedora, aunque exhortando al cumplimiento marzo de 1985, donde se mostró más complaciente con el ambiente que predominaba en Washington anunciando la necesidad de reformar el Estado y privatizar empresas públicas.
Tanto esta declaración como la intención manifestada de licitar áreas petrolíferas -Plan Houston- y la posterior puesta en marcha del Plan Austral merecieron gestos auspiciosos por parte del gobierno norteamericano y los organismos financieros internacionales. Cumplimiento de los ajustes requeridos por los bancos- y particularmente su segunda visita a los EE.UU.
[2]El ministro de Relaciones Exteriores de Alfonsín sostuvo: “Al principio la concepción se basaba en la rehabilitación de la posición argentina en el plano internacional y, muy especialmente, en el marco de los países occidentales. Junto con esta idea estaba la de evitar que un país monopolizara la relación en ese ámbito, por lo cual Europa parecía como una posibilidad de diversificar los puntos de apoyo de la política exterior en Occidente”, DANTE CAPUTO, en Entrevista realizada para la Revista América Latina Internacional, vol. 6 núm. 21, julio-septiembre, Buenos Aires, Argentina, 1989, p. 266.
[3] Durante los dos primeros años del gobierno radical, la diplomacia argentina intentó políticas de concertación multilateral en el escenario latinoamericano, para hallar solución al problema de la deuda externa. Los ámbitos donde se expresó esta intención fueron la Conferencia de Quito en enero de 1984, la declaración conjunta efectuada con Brasil, México y Colombia en el mes de mayo, la Reunión de Cartagena en junio, y la Segunda Reunión del Grupo de Cartagena en Mar del Plata en el mes de septiembre del mismo año. Los intentos de dar tratamiento “político” a la deuda y el de conformar un “Club de Deudores” fracasaron ante la negativa de los Estados Unidos y de las potencias europeas.
Los hitos del “alineamiento” fueron, el envío de tropas al Golfo Pérsico en septiembre de 1990, la desactivación del proyecto misilístico Condor II, la ratificación del Tratado de Tlatelolco o de No Proliferación Nuclear, la firma en forma conjunta con Brasil del Acuerdo para el Uso Exclusivamente Pacífico de la Energía Nuclear y la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC), el retiro del Movimiento de No Alineados y la modificación de los votos argentinos en la ONU pueden comprenderse en el marco de estos objetivos [7] .
El gobierno de Carlos Saúl Menem fue el período donde se firmaron la mayor cantidad de convenios entre la Argentina y los Estados Unidos. Estas tácticas de política exterior no pueden comprenderse en forma separada de una política económica orientada a obtener el visto bueno del Fondo Monetario Internacional y de la banca acreedora.
Recordemos que los sucesivos planes económicos desde la asunción de Menem, en especial la aplicación del ajuste con paridad fija a partir de la Ley de Convertibilidad en 1991, se orientaron a responder a los condicionamientos de dichos organismos, lo que culminó en el ingreso al Plan Brady en 1992.
Hay que agregar aquí que la nueva vinculación con los Estados Unidos no eliminó un rasgo que constituye una tendencia de largo plazo en la historia argentina: la competencia entre intereses asociados a distintas potencias por el predominio dentro del aparato económico y estatal. El paradigma de las “relaciones carnales [8] no significó necesariamente un retroceso para los intereses económicos vinculados con la Unión Europea, como quedó demostrado en el proceso de privatización de las empresas públicas.
[7] La Argentina aumentó sin duda el número de la coincidencia en sus votos con los Estados Unidos., por ejemplo, en las resoluciones respecto de la situación de los derechos humanos en Cuba, en las cuestiones referidas al desarme, la no proliferación nuclear respecto del problema del narcotráfico y las resoluciones de condena a las violaciones de derechos humanos en Irán. Para este tema ver FRANCISCO CORIGLIANO, “La dimensión multilateral de las relaciones entre Argentina y Estados Unidos durante de la década de 1990”: El ingreso al paradigma de “Relaciones Especiales”, en: ANDRÉS CISNEROS Y CARLOS ESCUDÉ (comp.) Historia de las Relaciones Exteriores de la República Argentina, Tomo XV Cap II, GEL, Buenos Aires, Argentina, p. 225-228.
[8] El concepto de “relaciones carnales” proviene de una frase pronunciada por el canciller Di Tella, que sostuvo “Nosotros queremos un amor carnal con los Estados Unidos, nos interesa porque podemos sacar un beneficio”. Diario Clarín, 9 de diciembre de 1990, p. 12.
3. SECUENCIA DE LOS HECHOS Y PRINCIPALES DEBATES
Justamente, la Guerra del Golfo se constituyó como un episodio paradigmático de la nueva orientación en política exterior, ya que, rompiendo con la tradicional neutralidad de la Argentina ante los conflictos que no la incluían directamente, el envío de tropas fue, ante todo, un acto que demostraba el apoyo a Washington.
En el plano internacional inauguró el nuevo protagonismo de las Naciones Unidas y la reivindicación de la “ley internacional” como justificación jurídica de las intervenciones. Una de las consecuencias en el escenario latinoamericano fue que en 1991, en el documento conocido como Compromiso de Santiago, se modificó el principio de no intervención incorporando la “acción colectiva en defensa de la democracia”.
Por otra parte y con respecto a la Argentina, el envío de tropas al golfo fue el inicio de una mayor participación en los operativos de paz de la ONU, modificando también la función de las Fuerzas Armadas. En cuanto a su discurso legitimador, Argentina hizo propios los motivos y argumentos de la administración norteamericana.
En el mes de agosto de 1990 se abrió la discusión en los círculos cercanos al presidente acerca del envío de tropas antes de que esto fuera requerido por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, evaluando básicamente el costo que tendría tal decisión. El canciller Cavallo había afirmado el día 9 de ese mes que la Argentina enviaría tropas sólo “dentro de un plan de la ONU”.
El propio presidente, el senador Eduardo Menem y el canciller Cavallo se mostraron dubitativos al respecto mientras ya se elaboraban las posiciones más extremas -que se harían predominantes- donde se alegaba la necesidad del envío de tropas como “gesto” de alineamiento y acuerdo con los Estados Unidos.
Junto con esta última versión se hicieron dominantes los diagnósticos que remarcaban los supuestos “errores” de la política exterior argentina frente a este país durante la Segunda Guerra Mundial y también los supuestos “costos” que esto habría traído aparejados a diferencia de nuestro vecino Brasil.
La correspondencia epistolar con el presidente norteamericano, así como la entrevista de Domingo Cavallo con Hosni Mubarak, jefe de Estado de Egipto, parece haber tenido un rol importante en la adhesión a la posición norteamericana, que aún sin la aprobación de la ONU, dispondría la partida de tropas hacia la región en conflicto.
El canciller Cavallo sostuvo que: Si la Argentina quiere participar de los beneficios del proceso de gestación de un nuevo mundo de paz y progreso, debe asumir las responsabilidades. Frente a la actitud del régimen de Bagdad, la indiferencia implica atraso y aislamiento.
Al mismo tiempo, en el informe al Poder Legislativo, el canciller y el Ministro de Defensa Humberto Romero explicaron que no se requería el aval de las Cámaras “porque no se trataba de una intervención bélica sino de una acción disuasoria a través del bloqueo económico”.
En respuesta, en el Senado existieron dos proyectos de declaración, uno proveniente del bloque radical y otro del justicialista. El primero de ellos, presentado por el senador Solari Yrigoyen “condenaba” principalmente el envío de tropas y luego la falta de consulta al Legislativo.
El segundo, en cambio, se refería únicamente a este último aspecto, “lamentando” la adopción de la decisión sin el respaldo del Congreso de la Nación. Ambos coincidían en denunciar el accionar de Irak en la región.
Sólo cinco de los senadores justicialistas defendieron la decisión del Poder Ejecutivo.
El resto de ellos, mantuvo una fuerte discusión con el Ministro de Defensa, Humberto Romero y con el canciller. En la primera de las sesiones donde se intentó tratar dichos proyectos, el justicialismo estuvo ausente –lo que provoco la falta de quórum-, elemento que demostró las divergentes posiciones al interior de dicho bloque.
Era difícil defender la actitud del Presidente, pero al mismo tiempo no estaban dispuestos a criticarla en público sin reunirse antes con Domingo Cavallo.
Luego de la reunión con el canciller Cavallo, la mayoría de los senadores justicialistas modificaron su posición y apoyaron la decisión de enviar tropas. Para el 27 de septiembre, incluso el Senador Eduardo Menem se convertiría en defensor de la medida.
Cuando efectivamente se trataron los proyectos de declaración en la sesión del 26 y 27 de septiembre se argumentó a favor y en contra del envío, no sólo remitiéndose a los aspectos procedimentales sino incluyendo formulaciones y diagnósticos con respecto a la cambiante realidad internacional.
Ninguno de los proyectos de declaración fue aprobado.
Desde la Cámara Baja, el diputado radical César Jaroslavsky propuso –a iniciativa del ex canciller Dante Caputo- una interpelación a Humberto Romero (Ministro de Defensa) y Domingo Cavallo (Ministro de Relaciones Exteriores) para que explicaran las razones del envío.
Esta moción tuvo el respaldo de los diputados provenientes del radicalismo, del Grupo de los Ocho, de una parte de la Ucedé, del Partido Socialista Unificado, del Partido Federal-Buenos Aires, del Movimiento al Socialismo, del Partido Intransigente, del Partido Socialista Popular, de la Democracia Cristiana de Córdoba y de Bandera Blanca, pero no contó con los dos tercios necesarios por la oposición de la mayoría de los diputados del PJ y de la Ucedé.
El 23 de enero el Congreso aprobaba el proyecto del Ejecutivo de que las naves argentinas en el Golfo brindaran “apoyo logístico” a las fuerzas de la coalición liderada por Estados Unidos. Algunos diputados justicialistas opositores no asistieron a la sesión, como Franco Caviglia, Eduardo Budiño, Augusto Alasino y Rafael Flores.
Antonio Cafiero, en cambio, habría expresado sus temores acerca de la posibilidad de que el Ejecutivo perjudicara a la provincia de Buenos Aires con los ingresos coparticipables.
Por el contrario y a favor del oficialismo, Alberto Pierri fue uno de los que militó más intensamente a favor del proyecto
Aquí se hace presente además la justificación utilizada por los Estados Unidos para su intervención, apelando a la “legalidad internacional”.
Como bien han analizado Claudio Spiguel y Rubén Laufer, en este supuesto “orden global” lo que vale para algunos no vale para todos. Más específicamente, las intervenciones multilaterales fueron producto de la decisión de Estados Nacionales, y han sido ejercidas también sobre unidades nacionales, mientras se proclamaba su debilitamiento.
Muchas veces, la defensa de los valores “humanos” y la “democracia” es el velo utilizado para justificar intereses económicos o estratégicos de alguna de las potencias.
El apoyo con naves argentinas constituyó un hito donde el nuevo gobierno puso en práctica tal diagnóstico sobre los cambios en el sistema internacional descartando la posibilidad de ser neutrales y realizando un gesto de total apoyo a Washington. El primero y más contundente. A ese respecto el canciller Domingo Cavallo sostuvo años después:
“La República Argentina no podía ni debía asumir una posición de neutralidad ante esa invasión. Tal actitud ya no tiene más espacio en el marco de las relaciones internacionales actuales. En la sesión citada del 26 y 27 de septiembre de 1990, el senador oficialista Juan Carlos Romero argumentaba –haciéndose eco de este diagnóstico- a favor del envío de tropas que … por primera vez la Argentina, ante esta oportunidad de sumarse a la creación de un instrumento apto, rápido y eficiente para el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, asume un papel activo y voluntario en un mundo que ya no admite, como tesitura externa, el aislamiento y la indiferencia. No entender esto, señor presidente, es no entender el mundo en que vivimos.
Al analizar la situación en el Golfo, consideraba que frente a la constitución de un sistema de seguridad colectiva posterior al desmembramiento de la URSS, el accionar de Saddam Hussein había amenazado dicho orden, y por lo tanto, la respuesta debía ser también colectiva.
En consecuencia defendió abiertamente la decisión del envío de tropas y la política exterior del canciller Domingo Cavallo, cuestionando únicamente la falta de consulta al Poder Legislativo.
EN CUANTO A LA “ADECUADA” INSERCIÓN DE LA ARGENTINA EN ESE CONTEXTO
Como dijimos, la política llevada a cabo por Carlos Saúl Menem y sus cancilleres Domingo Cavallo y Di Tella se distanciaría rápida y abruptamente de estos postulados. Ya en su primera reunión con Bush, el presidente Menem prometió respetar los compromisos de la deuda y mencionó su apoyo al “restablecimiento de la democracia” en Panamá.
Una elaborada concepción comenzó a regir las orientaciones en materia de política exterior del gobierno de Menem. Al interior del oficialismo, la discusión acerca de la inserción se enmarcó en los postulados del “realismo periférico” elaborados por Carlos Escudé. Sus principios básicos parten de la consideración de la Argentina como un país dependiente vulnerable y por lo tanto “poco relevante para los intereses vitales de las grandes potencias”53, y de acuerdo a esta consideración traza líneas de acción necesarias para la “inclusión” en el sistema internacional.
El ex canciller Guido Di Tella declaraba, con respecto a la prioridad en la agenda de los temas económicos: “La política exterior no es 90% de política y 10% de economía. No diría lo contrario, pero una proporción de más de la mitad está al servicio de la política económica”
Aparece en la construcción ideológica una relación directa entre la política exterior “pragmática” y las políticas económicas de apertura y liberalización de la economía. Es notoria la coincidencia entre y este último planteo y las posiciones de los dos cancilleres del gobierno de Menem, Cavallo y Di Tella. La revitalización de la matriz de pensamiento conservador liberal argentino sirvió de discurso legitimador y fue fundamental para la instalación de la necesidad de reformas estructurales en la agenda estatal.
CONCLUSIONES
En primer lugar, los debates en el Parlamento fueron intensos ya que ponían en juego distintas concepciones sobre los cambios en el sistema internacional, sobre la posición internacional de la Argentina y sobre el estilo de la política exterior. Mientras algunos defendían las orientaciones del “realismo periférico” y el paradigma de “relaciones carnales” con los Estados Unidos como única potencia mundial, otros defendían el carácter multipolar del escenario internacional y oscilaban entre condenar el envío de tropas o lamentar la forma en la que se había producido, sin consulta al Legislativo y a los países del Grupo de Río.
RESUMEN
Este artículo estudia los debates parlamentarios respecto del envío de naves argentinas al Golfo Pérsico en 1990 y 1991, cuyos protagonistas fueron el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical. Se propone analizar los argumentos que se utilizaron en dicho debate para comprender las distintas concepciones respecto de la inserción internacional argentina.
Partiendo de un enfoque histórico, el objetivo es demostrar que, a pesar de las discusiones, esos debates no reflejaron una discusión profunda respecto de lo que se considera una inserción soberana, ya que como telón de fondo hubo amplias coincidencias entre ambos partidos, en especial respecto de la aplicación de las políticas neoliberales y de la apropiación del discurso que las legitimó. Palabras claves: debates parlamentarios – Golfo Pérsico- dirigencia política- inserción internacional – políticas neoliberal.
La administración del ex presidente Menem, y los funcionarios e ideólogos allegados hicieron propios no sólo los diagnósticos de los Estados Unidos, sino también su discurso legitimador de las intervenciones en países del Tercer Mundo.
Líneas políticas dentro de la Unión Cívica Radical, también. Tanto el radicalismo como el justicialismo tienen una tradición ideológica en materia de política exterior. Para el justicialismo fue la formulación por parte de Juan Domingo Perón de la llamada Tercera Posición, mientras que en el caso del radicalismo esa tradición fue heredada de la influencia krausista en el pensamiento de Hipólito Yrigoyen, en particular de su idea de nación y de las relaciones de las naciones entre sí como libre asociación de autonomías. Sin embargo, hacia fines de la década de los ochenta, y en los noventa en especial, la dirigencia política argentina, proveniente tanto de un partido como de otro, adoptó –no sin conflictos y disputas- un marco ideológico “neoconservador”.
Por esa razón, entre otras, radicalismo y justicialismo se vieron divididos y fracturados.