Cuando la sofisticación no puede con lo más barato. Minas explosivas de bajo coste que dejaron fuera de combate al más sofisticado buque de contramedidas de la Armada estadounidense.
“USS Princeton” (CG-59)
Sigue siendo un sinsentido como la Argentina no reconoce a sus dotaciones navales del grupo “Alfil” enviadas al Golfo Pérsico en 1990, el mérito de haber servido en los esfuerzos de la Coalición contra Iraq; aunque no hay que hacer mucho esfuerzo para desentrañar cuales son los obstáculos que lo impiden.
Los altos mandos de la Armada Argentina pareciera que se niegan con empeño a reconocer la situación a la que sus hombres estuvieron expuestos en aquel Teatro operacional. Su empeño comenzó desde el mismo día que regresaron al puerto Belgrano. Como dejar de lado sino, las negativas de la Jefatura del Estado Mayor de la Armada de hasta hace 15 años atrás sobre contar con algún antecedente en sus archivos referido a esta campaña.
En el minuto después de las cero horas del 17 de enero de 1990, las tareas de todos los grupos de tareas que operaban en el marco del “Escudo del Desierto” incluyendo a los canadienses (UNREP Sierra) y los argentinos (ALFIL 1) cambiaron automáticamente de vigilancia pasiva a operaciones de apoyo logístico a las fuerzas de combate de la Coalición.
No es necesario señalar que había una fuerte presión política (interna y externa) para que ello no tome fuerzas sin dejar de mencionar la falta de impulso por parte de los mismos protagonistas. No hemos visto una sola historia –salvo la de un par de marinos aeronavales- que cuenten abiertamente sus experiencias dentro de aquella guerra. Pero creo que se irán animando a medida que sepan la entidad de la aventura en la que participaron.
Aquí hay una historia de la cual los marinos argentinos (consciente o inconscientemente) tuvieron protagonismo e incluso, estuvieron tan cerca de los hechos tanto que se podría decir que casi se tocaban las mangas de los buques.
Los altos mandos de la Armada Argentina pareciera que se niegan con empeño a reconocer la situación a la que sus hombres estuvieron expuestos en aquel Teatro operacional. Su empeño comenzó desde el mismo día que regresaron al puerto Belgrano. Como dejar de lado sino, las negativas de la Jefatura del Estado Mayor de la Armada de hasta hace 15 años atrás sobre contar con algún antecedente en sus archivos referido a esta campaña.
En el minuto después de las cero horas del 17 de enero de 1990, las tareas de todos los grupos de tareas que operaban en el marco del “Escudo del Desierto” incluyendo a los canadienses (UNREP Sierra) y los argentinos (ALFIL 1) cambiaron automáticamente de vigilancia pasiva a operaciones de apoyo logístico a las fuerzas de combate de la Coalición.
No es necesario señalar que había una fuerte presión política (interna y externa) para que ello no tome fuerzas sin dejar de mencionar la falta de impulso por parte de los mismos protagonistas. No hemos visto una sola historia –salvo la de un par de marinos aeronavales- que cuenten abiertamente sus experiencias dentro de aquella guerra. Pero creo que se irán animando a medida que sepan la entidad de la aventura en la que participaron.
Aquí hay una historia de la cual los marinos argentinos (consciente o inconscientemente) tuvieron protagonismo e incluso, estuvieron tan cerca de los hechos tanto que se podría decir que casi se tocaban las mangas de los buques.
El daño en el casco del USS-Trípoli
Así comienza el relato de un veterano marino del “USS-Princeton” que operaba entre el centro y el norte del golfo en aquel agitado mes de febrero de 1991. Fue así que en la madrugada del 18 de febrero en pleno de las operaciones de combate y cumpliendo con sus funciones de cobertura con misiles crucero sobre blancos en Iraq y Kuwait, nuestro testigo tomaba la guardia del puente. Navegando en la zona del grupo de tareas liderado por el portaaviones “USS-Midway”, el buque que venía de un periplo entre el puerto de Vladivostok y su base naval en Long Beach, transitaría bajo la custodia de unidades navales canadienses y argentinas que operaban en la zona centro norte del golfo.
El “USS-Princeton” debía también garantizar la seguridad del portaaviones “USS-Midway” pero ¿Quién garantizaría su propia seguridad? Pese al sofisticado equipamiento de radares Aegis para contra restar ataques con misiles “tierra-aire” y anti buque que protegía a la flota en el golfo, en tempranas horas de la mañana del 18 de febrero reciben el frenético informe de que el “USS-Trípoli” que operaba a 10 millas más lejos de su posición, había recibido el “impacto” de algún arma enemiga ¿Qué diablos había pasado? ¡Alerta de combate! Fue la orden insistente que junto al timbre de las sirenas de ataque comenzó a sonar por los altoparlantes del buque. Ahí (tarde) se dieron cuenta de que estaban rodeados por decenas de minas baratas que en el mercado no costaban más de US$ 500 dólares.
Después de leer esta historia, usted verá que nuestro amigo tuvo la distinción única de haber servido a bordo de uno de los dos barcos que fueron golpeados por minas durante la Guerra del Golfo en 1991 mientras participaba en la Operación Tormenta del Desierto. Su barco era el “USS Princeton” (CG-59) y el otro barco que chocó una hora antes con una mina fue el porta helicópteros “USS Tripoli” (LPH-10). Esta historia le dará al lector la perspectiva en primera persona de lo que fue operar un barco de manera "perjudicial", que es para lo que la Marina de los EE. UU que en ese entonces estaba y sigue estando diseñada para defender la seguridad nacional de nuestro país.
La misión de la Marina de los Estados Unidos es "... mantener, entrenar y equipar fuerzas navales preparadas para el combate capaces de ganar guerras, disuadir la agresión y mantener la libertad de los mares", comento entusiasmado. Una aplicación de esa misión tuvo lugar durante la Guerra del Golfo en 1990- 1991 justamente en momentos que se hallaban visitando el puerto ruso de Vladivostok. Nuestro barco era uno de los últimos cruceros Aegis de la clase Ticonderoga en ese momento, y tan pronto se hizo presente en el Teatro de Operaciones se le asignó el delicado papel de Comandante de la Guerra Aérea en el norte del Golfo Pérsico en apoyo de la guerra terrestre pendiente con Iraq.
En particular, tanto el “USS-Princeton” como el “USS-Trípoli” estaban dotados de lo mejor de los sistemas de guerra electrónica de la época y fue por ello que debían situarse en proximidades de las costas kuwaitíes para lanzar sus barridos de interferencia electrónica que deshabilitaría los sistemas de defensa SAM y radares iraquíes.
Así este veterano continuo diciendo: “También durante esta fase de la Guerra Aérea de las operaciones en el Golfo, nuestro barco recibió la orden de lanzar tres misiles crucero “Tomahawk” sobre Iraq. Hubo informes de inteligencia que indicaban que algunas baterías de misiles de superficie de fabricación china se habían activado en las costas kuwaitíes y debíamos estar muy alerta. Eso nos hizo ver que los iraquíes a pesar de los devastadores bombardeos seguían manteniendo equipo en servicio. Estábamos expuestos a ser pasto de misiles antibuque “C-601” chinos o los “MM-38, Exocet” franceses y eso era angustiante”.
“Esa mañana en particular, descubrí consternado que el “USS Trípoli” (LPH-10) un portaaviones de clase “Iwo Jima” –Insignia de los barreminas-, golpeó una mina a las 4:36 a.m. La explosión sacudió todo el buque de proa a popa que había sido golpeado por una mina amarrada sumergida justo debajo de la línea de flotación perforando un agujero en su casco que lo dejo a la deriva. Ello causo el apagón de todo el sistema eléctrico y 30 heridos de baja consideración. El oficial ejecutivo dijo que se creía que media docena de minas estaban en el agua delante del barco minas sumergidas de fabricación italiana "manta". Este tipo de mina no se dispara por contacto, sino por la presión típica de una hélice de hundimiento u onda de proa causada por un barco que se mueve a través del agua. Nuestro testigo confeso que “fue una situación muy estresante al punto que sabíamos que éramos vulnerables”.
Tan pronto se pusieron en marcha para auxiliar a sus colegas del “USS Trípoli” caen en cuentas de que están rodeados por minas y serán dos de ellas las que detonaran causando serías averías en el casco. Tras la violenta sacudida, el espeso humo grisáceo subió desde bajo cubierta dando cuenta de que les habían pateado el culo. El reporte oficial consignaría “al amanecer del lunes, una mina nos golpeó abriendo un agujero de 16 pies por 25 pies 10 pies debajo de la línea de flotación”.
Horas después llegaría la ayuda del buque de salvamento “USS-Beaufort” que con el apoyo del “USS Android” nos remolcaría seguro hasta Bahrein. También fue valiosa la asistencia del buque canadiense “Athabaskan” que estaba dotado de equipamiento de sonar para detectar minas. Mas la Corbeta Spiro como aporyo de ataques “Antes de ello, los nervios carcomieron nuestra existencia –comento tenso- y lo único que teníamos para defendernos de una posible incursión eran las ametralladoras manuales 12.70mm y los fusiles automáticos de la bodega”.
La marcha fue lenta y llena de adrenalina. Pese a que los altos mandos de USCENTCOM nunca lo quisieron reconocer, aquellas unidades estuvieron en serio peligro de ser el blanco de un ataque furtivo de algunas de las baterías iraquíes que seguían operativas en las costas kuwaitíes.
Mientras helicópteros estadounidenses y británicos sobrevolaban el área para marcar las minas, los remolcadores aseguraban los enganches y sus capitanes discutían la ruta de salida. Parte del trayecto fueron acompañados por aquellos helicópteros hasta que tras ser relevados por los argentinos y los canadienses, pudieron pasar protegidos por el centro del golfo ya con rumbo a la base naval norteamericana en Bahrein. “Afortunadamente, fuimos remolcados sin peligro y finalmente tras hacer las reparaciones suficientes en Bahrein continuaron su viaje más al sur primero a “Jebel Ali” para descargar nuestras armas y luego a Dubai, Emiratos Árabes Unidos a un dique seco para reparaciones adicionales durante 8 semanas adicionales”, comento nuestro testigo.
Era claro que para todos los riesgos eran altos, por lo que solo nos movíamos a un mínimo de 3 nudos para evitar la deriva y al mismo tiempo nos brindaba la máxima oportunidad de detectar otras minas debajo de la superficie similares a las que golpearon al “USS Trípoli”. Aquello dejo en claro que una operación de desembarco anfibio hubiera sido difícil de concretar. Por lo pronto, aquel incidente fue el boleto de salida para las dotaciones del Princeton y del Trípoli quienes serían recibidas como héroes y condecorados con la “Cinta de Acción de Combate”.
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