30/12/23

GUERRA DE INTENSA DESPROPORCION

Esto en referencia a los argumentos del entonces gobierno argentino de Carlos Menem que trató de excusar la participación del país hablando de que sus tropas no formarían parte de las acciones beligerantes cuando en realidad, sirvió como apoyo logístico destacado para la concreción de aquellas. Igualmente, ello en dicho período no figura en la lista de misiones de paz.




Treinta y tre años después y una montaña de documentos acumulados, segun el Ministerio de Defensa dice no tener nada. No dejan lugar a dudas de lo que fue la guerra del Golfo Pérsico de 1991. Desde su inicio en la madrugada del 17 de enero, no cesaron los ataques y los bombardeos poniendo en evidencia el uso masivo e indiscriminado de toda clase de armas de destrucción masiva empleados en parte, contra emplazamientos urbanos en Kuwait e Iraq.

En realidad, jamás se hizo un estudio certero e imparcial de la cantidad de muertes y de heridos que causaron los raids de la Coalición Aliada ya que ello estuvo tácitamente avalado por Naciones Unidas y olímpicamente censurado (con la cooperación de la CNN) por el Departamento de Estado y el Pentágono. Igualmente, varios episodios quedaron expuestos pese al vano intento de la CNN de maquillarlos ante la opinión pública.

Es un capítulo de la historia que los norteamericanos y los británicos quieren mantener oculto bajo sus propias verdades amañadas, pese a que ellos mismos (sus veteranos) han sufrido y algunos quedan todavía sufriendo en carne propia los efectos de esta conflagración, que hay que señalar, fue el inicio de la actual inestabilidad reinante en el Medio Oriente.

Para Washington y sus socios, el olvido sería lo mejor ya que indagar en lo que implicó lograr que se retiraran los iraquíes de Kuwait pondría (una vez más) en entre dicho y en una crítica revisión la tan proclamada preocupación por los derechos humanos y el control de armas de Destrucción Masiva.

Cuando hace dos semanas se ventiló un informe de un investigador británico que confirmaba que la Royal Navy había despachado 31 armas nucleares al Atlántico sur en 1982, en realidad no revelaba nada nuevo. Hace 17 años atrás el profesor de Estudios de Guerra de la King´s College de Londres Sir Lawrence Freedman, había comprobado que la “Task Force” remitida a Malvinas llevaba consigo armamento nuclear.

Su repentina publicación y repercusión en los medios de acá solo responde a un interés político a poco de cumplirse los 40 años de la gesta. Sin dudas, es una cortina de humo que pretende cerrar las discusiones sobre si Londres había planificado usar bombas nucleares (WE177A) contra Buenos Aires si se veían arrinconados. Solo es un maquillaje mediático para distraer de las ojivas nucleares (color rojo) que aún se hallan en las bodegas del destructor “HMS Sheffield”, hundido por la fuerza aeronaval en las aguas argentinas (Cfr. Artículo de Rob Evans y David Leigh, publicado el sábado 6 de diciembre de 2003, The Guardian y "Los barcos de la Guerra de las Malvinas británicas tenían armas nucleares, Reuters, 06 dic 2003). Esto sin dudas, es un dolor de culo para los políticos en Buenos Aires quienes se ven presionados desde Londres para que esto pierda interés.

En el caso de la guerra del Golfo en 1991 también se dio la misma tapadera. Dejando de lado la naturaleza del conflicto y sacando las cuestiones políticas y financieras que se escondían detrás de la opaca intervención de Naciones Unidas (Acceso y Control geopolítico de EEUU en la región, el petróleo y los negociados que ha posterior se llevarían a cabo -Comida por petróleo-), la intensidad que tuvo esa guerra fue sin dudas más allá de lo convencional y prueba de ello quedó grabado en la salud de la población civil y de los mismos combatientes de la Coalición.

Los primeros despliegues realizados tras la invasión a Kuwait dejaron en claro hacia donde apuntaba todo. Más allá de la inexplicable velocidad con la que los norteamericanos llegaron, sus colegas británicos no tardaron en movilizarse llegando a colocar en el terreno a unos 53.000 hombres.

Pero en esta guerra no contó el número de hombres o de blindados sino, la tecnología y la potencia de las armas empleadas. Iraq contaba con un gigantesco ejército compuesto por un millón de hombres, pero estaba poco tecnificado y además tras años de ser aliados con Washington (por la guerra contra Irán), los norteamericanos conocían al detalle sus debilidades. Los iraquíes tampoco ignoraban esta situación y con su ingenio les dieron bastantes problemas en el terreno a los norteamericanos.

Aquí también, aunque no aparezca en los créditos la OTAN estuvo involucrada. Su mención no era oportuna y mucho menos conveniente debido a la situación geopolítica del momento con la disolución de la URSS en proceso y una incertidumbre de lo que ello podría provocar. Pero el Comandante del CENTCOM a cargo de las operaciones el General Norman Schwarzkopf y sus generales en Riad no habrían podido coordinar ni dirigir las operaciones de la mega fuerza acumulada (compuesta por 34 armadas) sin la asistencia de los satélites y de unidades navales que además del apoyo de combate necesario para el progreso de las acciones, proveyeron inteligencia electrónica (ELINT) que alimentaba al Software informático con el cual se llevó adelante el seguimientos de las operaciones militares.

Iraq solo ofrecía como contrapeso estratégico, sus misiles “SCUD-B” y algunas variantes modificadas que pese a las desproporcionadas ventajas de sus enemigos, dieron dolores de cabeza a los estadounidenses (con 81 lanzamientos).





La tecnología más avanzada estaba del lado de la Coalición Aliada y por ello llegaron a jactarse de que sus bombardeos eran “quirúrgicos” que solo tenían como blanco a unidades militares y políticas iraquíes. Pero los hechos demostraron todo lo contrario. Amplias zonas civiles de Bagdad demolidas por los bombardeos pusieron en entre dicho a Washington con la ley internacional (La Haya 1907, art. 48 del Protocolo I de 1977, Res. 2444 Naciones Unidas entre otras). Incluso las cifras publicadas por norteamericanos y británicos -sometidas a censura previa- delataban de esta grosera contradicción. Según sus fuentes entre 100.000 a 200.000 civiles (no objetivos legítimos) murieron en la llamada “Tormenta del Desierto” algo que, si consideramos que son cifras conservadoras y tentadas a la baja, estas podrían llegar a ser el doble demostrando claramente la ausencia de la regla de proporcionalidad en el uso de la fuerza (Art. 51).

Más allá de las argumentaciones que solían exponer los voceros del Pentágono y La Casa Blanca, la ley internacional humanitaria (CICR) era clara al prescribir “que nunca hay una justificación para el exceso de bajas civiles”. Según un informe de “Greenpeace International” las bajas civiles iraquíes llegaron a 210.000 calificando a la guerra como “la guerra más importante y destructiva de la historia moderna”. Con estos antecedentes queda claro que hablar de misión de paz dentro de este escenario, es un contrasentido y una absurdidad que no se reflejó en los hechos.

Informes del por entonces Ministerio de Salud de Iraq (que obviamente en occidente jamás dejaron publicar), las muertes habían superado los 250.000 civiles y dejando casi el doble de heridos de diversas consideraciones con el adicional del envenenamiento ambiental. Pero lo particular de estas aberraciones fueron los medios con los que se causaron. Pese a que los estadounidenses hablaban de ataques “quirúrgicos” y “puntuales”, sus bombas y misiles cayeron sobre caseríos, edificios, Mezquitas y colegios sin importarles si ellos pertenecían a sunitas o chiitas. Sumado a esto, la mayoría de estas bombas guiadas estaban armadas con Uranio (U-235) que no solo destruían un determinado objetivo sino, a todo el radio en decenas de metros a la redonda sumándole a esto, la contaminación por radiación del terreno.

El tipo de explosión de estos ingenios no solo apuntaban a destruir físicamente a los objetivos militares iraquíes sino también (y lo más maquiavélico) buscaba romper la psiquís colectiva mediante el terror y la desesperación algo de lo cual también el Protocolo I, en sus arts. 50 y 51 prohíbe de forma expresa.

Tampoco se respetaron los preceptos en referencia a las reglas sobre los combatientes tal como quedo reflejado en la innecesaria y cobarde masacre de soldados y civiles iraquíes que entre la noche del 27 al 28 de febrero se retiraban por la ruta 80 rumbo a Basora cuando ello no reportaba ninguna ventaja militar (Art. 52, Prot. I). Según un informe secreto de la entonces inteligencia iraquí se le informó por escrito a Saddam Hussein que unos 13.750 soldados habían muerto calcinados por el Napalm y bombas de racimo de los aviones norteamericanos y británicos.

El machaque aéreo y naval 24 horas al día durante cinco semanas sobre Kuwait e Iraq fue incesante e inmisericorde (6000 bombas por día), pero a pesar de ello, la breve pero letal respuesta de los iraquíes (con el uso de ojivas químicas de “Tabun y Sarin” montadas en algunos misiles SS1-SCUD y cartuchos de artillería) tuvo su correlato tardío con la aparición un par de años más tarde del llamado “Síndrome del Golfo” que sin dudas fue el producto de la contaminación venenosa surgida del efecto de estas armas y la radiación de sus propias bombas (Detectados por las Alarmas M8A1) y no de los bombardeos a fábricas de armas químicas vacías en “Muthanna” y “Faluya”. Igualmente los Aliados mantuvieron esto bajo un total hermetismo hasta que no se pudo tapar más. Fue por ello que la aparición de este síndrome fastidió a Washington e incluso por años, dieron la espalda a sus veteranos tratando de que sus casos no se conocieran.

Con esto en consideración y por las evidencias que reflejan el uso de estos armamentos con las consecuencias humanas queda claro que esta no fue una guerra convencional como se la querido vender.

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