23/4/22

CONCLUSIONES PARA ARGENTINA







En el campo militar y político la característica dominante del sistema político internacional en las próximas décadas será la competencia entre Estados Unidos y China. La intensa rivalidad llevará, con el tiempo, a la creación de dos grandes alianzas militares: una liderada por EE.UU. y la otra por China, en consonancia con lo ocurrido entre los EE.UU. y la Unión Soviética durante la última Guerra Fría.

La nueva bipolaridad arrastrará al resto de los países a tomar posiciones. En un mundo bipolar los márgenes de libertad de acción en los temas militares serán acotados (se estará con uno o con el otro).




Probablemente la coalición militar norteamericana replicará en grandes líneas la conformación de la “alianza occidental” de la última Guerra Fría, incluyendo los países de la OTAN, Japón, Canadá, Australia y algunos países asiáticos.

Mientras que la coalición china incluirá a Camboya, Corea del Norte, Laos, quizás Pakistán e Irán y países asiáticos o emergentes fuertemente dependientes de la economía y el financiamiento chino. El caso de Rusia merece un comentario aparte. Hoy está alineada con China, pero eso podría cambiar, pues China es una amenaza más cercana y concreta a sus intereses asiáticos.

El riesgo de una guerra generalizada entre China y Estados Unidos, por ahora, es bajo. La disuasión nuclear reciproca es efectiva porque ambas potencias cuentan con la capacidad militar para destruir a la otra en el caso de una guerra total.

Un conflicto militar a través de terceras partes parece poco probable. China emplea su creciente poder económico como instrumento privilegiado de su accionar internacional y prefiere extender su influencia geopolítica a través de préstamos, inversiones y acuerdos comerciales.

Pero en el futuro no puede descartarse confrontaciones por partes interpuestas (guerras civiles, golpes de Estado y conflictos entre terceros países) cuando, en regiones periféricas, se comprometan intereses vitales de alguna de las grandes potencias, como ya ocurrió durante la última Guerra Fría.








En un horizonte más largo, un conflicto militar convencional en el estrecho de Taiwán o en los mares del sur y este de China, no es descartable. El gigante asiático no puede concretar sus ambiciones globales sin transformarse en la principal potencia asiática y los norteamerivanos no podrán mantener su status de gran potencia global si son desplazados de Asia, la región del mundo más poblada y que más crece.

En el campo económico, el proceso de globalización económico en marcha no se detendrá, porque tanto los USA como China están profundamente integradas a la economía mundial. La difusa e intensa integración de los flujos de producción y comercio a través de las empresas multinacionales crea una red de intereses compartidos que le provee sustento y dinamismo al proceso de globalización.

Mientras no haya guerra, una estrategia de contención económica como la que puso en práctica EE.UU. respecto de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, parece poco probable.

El proceso de integración económica mundial probablemente perderá velocidad y la globalización futura será más desordenada. El conflicto impactará la localización de ciertos flujos de inversión extranjera directa, como ya está ocurriendo en el sudeste asiático principalmente en Taiwán y Vietnam.




Las negociaciones bilaterales se volverán moneda corriente entre los estados. Se crearán esferas de influencia superpuestas pero se mantendrán numerosos entrecruzamientos de intereses en los temas comerciales y económicos.

La excepción será los temas digitales y de telecomunicaciones, donde quizás ocurran fracturas importantes en la economía mundial causadas por la preferencia china por controlar políticamente el acceso a la información y por los temores norteamericanos respecto del impacto militar del espionaje cibernético.

Numerosos países se alinearán en lo militar con alguno de los contendientes, sin dejar de participar activamente en la economía global y relacionarse estrechamente con el otro.

Una mayoría de europeos y americanos (en particular Brasil, Chile y México) optarán por estrategias de “doble vía” manteniendo una amplia cooperación con China en materia de comercio e inversiones y simultáneamente asociándose, con diferentes grados de compromiso, a la coalición militar de Estados Unidos y sus aliados occidentales.

Esta estrategia también será atractiva para los países asiáticos que mantienen relaciones económicas intensas con China y simultáneamente, por razones de proximidad geográfica, temen su expansionismo. Un caso paradigmático es el de Australia, cuyo principal cliente comercial e inversor directo es China, pero mantiene una alianza muy amplia con Estados Unidos en materia de defensa e inteligencia.

Respecto de las políticas de “no alineamiento”, estas son efectivas en escenarios multipolares, especialmente cuando el país que las adopta no está directamente involucrado en los temas conflictivos entre las grandes potencias. Fue la política externa inteligente y eficaz que, entre 1870 y 1939, siguió Argentina para promover sus intereses económicos: “ser amiga de todos y aliada de ninguno”

El “no alineamiento” será capitalizado por algunos países asiáticos, ubicados en las fronteras calientes del conflicto y temeroso de verse involucrados directamente en un enfrentamiento bélico (como sucedió con Austria, Finlandia y otros países durante la última Guerra Fría).




Pero, en general, en un escenario bipolar los beneficios del “no alineamiento” no compensan los riesgos tomados. En particular cuando la nación que lo práctica es estratégicamente poco relevante y no puede utilizar el juego pendular para extraer grandes beneficios de los contendientes.

Para una potencia mediana, beneficiarse de la competencia entre las dos grandes potencias sin transformarse en víctima, no es fácil como ilustra, entre muchos otros casos, Argentina durante la Segunda Guerra Mundial.

Para Argentina, una potencia media alejada del centro del conflicto y estratégicamente poco relevante para los intereses vitales de los dos contendientes, las reglas óptimas de posicionamiento me parecen claras.

Primero: en materia de seguridad y defensa es necesario reconocer la hegemonía norteamericana en el hemisferio occidental
Los Estados Unidos tienen la capacidad de proyectar su poder militar en el hemisferio y en nuestra subregión, capacidad que los chinos no tendrán por muchos años. Si no elegimos bien nuestro posicionamiento, estaremos expuestos a hacerlo bajo presión y en la peor de las circunstancias.

La cooperación militar con los Estados Unidos y sus aliados occidentales, debe estar limitada a temas defensivos y regionales, y ser instrumentada en estrecha cooperación con nuestros vecinos, en particular Brasil y Chile.

Segundo: practicar un amplio pragmatismo económico y comercial global en todo lo que beneficie el desarrollo económico nacional
Los límites son aquellas iniciativas que involucren tecnologías “de uso dual” (militar y civil) que amenacen los intereses militares de alguno de los dos grandes rivales. El caso de la estación china de seguimiento satelital instalada en Neuquén debiera servirnos como llamado de atención.

Tercero: priorizar y profundizar la integración con nuestros vecinos en particular Brasil y Chile en todos los campos, inclusive el militar
No debemos politizar, por razones de política interna o de preferencias ideológicas, las relaciones con los vecinos o la región. Los únicos criterios sostenibles son la defensa de los regímenes democráticos y el respeto por los derechos humanos.

Cuarto: no practicar una política internacional “principista”
La Argentina actual no tiene los atributos de poder para gravitar en el diseño de las reglas y las instituciones que conforman el sistema político y económico mundial. La política exterior Argentina del siglo XX, que promovía activamente principios globales, no será efectiva para promover el interés nacional y generará problemas y fricciones que dificultarán el accionar nacional en los temas prioritarios de desarrollo económico.

Quinto: es conveniente reducir gradualmente la dependencia financiera argentina de ambas potencias en pugna
La competencia bipolar incrementará el perfil intervencionista de las dos grandes potencias en los asuntos internos de las potencias medias, como Argentina. Nuestro endeudamiento externo es excesivo, nos vuelve dependientes y nos expone a presiones que pueden involucrarnos en situaciones engorrosas para nuestros intereses.

El desenlace final de la lucha por la hegemonía mundial es imprevisible e indescifrable. Lo probable es que en el largo plazo no se imponga la nación más poderosa, sino la que haya sabido crear la coalición más amplia y sólida en términos económicos y militares, y que además ofrezca un modelo de organización política y social más atractivo.

Francia y Gran Bretaña se enfrentaron a mediados del siglo XVIII para establecer una primacía en Europa y en América del Norte. Francia era mucho más poderosa en términos de población y potencial militar.

Durante una primera etapa, Francia apoyó la independencia de los Estados Unidos y contribuyó al desmembramiento del imperio británico en América del Norte. A posteriori, el ambicioso intento napoleónico de imponer una hegemonía francesa en Europa continental (1793–1815) se malogró frente a la amplia coalición de países que organizó Gran Bretaña. Waterloo y el Congreso de Viena abrieron el camino para la consolidación de Gran Bretaña como “primus interpares” del concierto europeo durante casi un siglo.

El conflicto posterior entre Gran Bretaña y Alemania (1890–1945) duro cincuenta y cinco años y ocurrió en el marco de una creciente globalización comercial, económica y cultural. El conflicto se resolvió en beneficio de la que pudo organizar la coalición más amplia. Ocurrió después de dos devastadoras guerras mundiales con la perdida de preeminencia de ambos actores en la escena mundial, en beneficio de EE.UU. y la Unión Soviética. La Guerra Fría posterior duro 46 años (1945–1991). Se resolvió nuevamente en beneficio de la coalición más poderosa y que ofrecía un modelo de organización económico y político más atractivo. El derrumbe del imperio soviético inauguró el corto período de primacía global unipolar de los Estados Unidos, que ahora está concluyendo.

El ascenso de China en el escenario mundial va a ocurrir indefectiblemente. China es demasiado grande y fuerte para que su emergencia sea boicoteada. Los deseos del pueblo chino de participar en la prosperidad global y de ser reconocidos como una gran nación son legítimos.

Pero el surgimiento de China y la “declinación relativa” de los Estados Unidos y de Occidente suscitan tensiones y rivalidades, cuyas consecuencias son imprevisibles. Hay que saber elegir el camino.

Debemos preguntarnos si el modelo autoritario chino de modernización tendrá éxito en el largo plazo. La Edad Moderna se construyó sobre la libertad y el pluralismo. Los acontecimientos recientes en Hong Kong y la democracia de Taiwán nos recuerdan la inmensa relevancia del tema.

La historia no se repite, pero los acontecimientos riman y echan luz sobre lo que nos depara el destino.


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