26/7/23
ENVIO DE TROPAS Y POLITICA EXTERIOR (1989 - 2005)
21/7/23
LA GUERRA DEL GOLFO PERSICO QUE PARALIZO EL MUNDO EN 1991
La Guerra del Golfo Pérsico de 1991: El conflicto armado que paralizó el mundo
En 1991 una coalición de 34 países liderados por Estados Unidos se enfrentó en una corta guerra con las fuerzas de Irak del dictador Saddam Hussein.
Al amanecer del 2 de agosto de 1990 tropas de infantería iraquíes, apoyados por vehículos armados y siguiendo una orden decretada por el presidente de Irak, el dictador Saddam Hussein, cruzaron la frontera e invadieron el vecino país de Kuwait. La razón de esta invasión era básicamente económica, es decir, hacerse de la producción petrolera de Kuwait, y aliviar las alicaídas arcas fiscales de Irak, país que también vivía de las ventas del oro negro y que venía saliendo de una costosa guerra con Irán (1980-1988), conflicto que le había dejado deudas por más de 40 mil millones de dólares.
El ejército de Kuwait fue rápidamente vencido por las fuerzas iraquíes, aunque la familia real que gobernaba ese país tuvo tiempo de escapar. Saddam Hussein, que había descrito cínicamente la invasión como la “liberación” del pueblo de las manos del Emir y que con este triunfo deseaba perfilarse como un nuevo líder del mundo árabe y mejorar su alicaído prestigio en la región, ordenó entonces la anexión oficial de Kuwait, nombrando a un gobernador provincial. La ONU, después de condenar oficialmente la acción armada, aprobó la resolución 660 que significó que el 16 de enero de 1991 una coalición internacional de 34 países, liderada por Estados Unidos, iniciara una campaña militar con el fin de obligar al ejército invasor a replegarse de Kuwait.
La coalición de la ONU, para esos efectos, logró reunir un ejército de casi un millón de hombres, además de dos mil carros de combate, 1.800 aviones y una flota de 100 barcos de guerra (el mayor contingente fue el estadounidense, con 415 mil soldados). Irak, por su parte, disponía de un ejército de más de medio millón de hombres (donde destacaba la Guardia Republicana, el cuerpo de élite del ejército iraquí), además de 4.500 carros de combate y unos 700 aviones, entre los que destacaban los aviones MIG, de fabricación soviética. También contaron con un buen número de misiles Scud-B de alcance medio y algunas plataformas móviles con las cuales era posible dispararlos desde cualquier zona en Irak.
La ofensiva aliada recibió el nombre de “Tormenta del desierto” y se inició con una serie de bombardeos a varios blancos (como tres palacios presidenciales, el Ministerio de Defensa iraquí y una fábrica de ensamblaje de misiles Scud), en los que se utilizaron 100 misiles crucero Tomahawk disparados desde barcos estadounidenses estacionados en aguas del mar Rojo y el Golfo Pérsico. Durante la primera semana de ataques aéreos, la coalición anunció que se había logrado la destrucción de al menos 350 aviones enemigos, mientras que los iraquíes afirmaban haber derribado 60 aviones aliados.
Bombardeo a Israel
En un intento por romper la coalición y provocar la salida de Egipto, Siria, Arabia Saudita y otras naciones árabes del conflicto, Saddam Hussein dio la orden de bombardear con misiles Scud las ciudades israelíes de Tel Aviv y Haifa, para obligar al estado hebreo a entrar en la guerra, cosa que no consiguieron. Para proteger a Israel de la lluvia de misiles Scud que comenzaron a llover del cielo, el ejército de Estados Unidos dispuso la instalación de seis baterías de misiles Patriot –antimisiles Scud- en territorio israelí, dos en Turquía y 21 en Arabia Saudita.
Los aliados desde el principio de las acciones desplegaron una formidable ofensiva aérea que fue todo un éxito, debido básicamente a que poseían aviones de última generación como el F-15 Eagle, el F-14 Tomcat y el avión EF-111A, considerado por entonces el mejor avión de guerra electrónica del mundo.
En esta guerra se estrenó, además, oficialmente el caza Stealth, llamado también “avión invisible” debido a su capacidad para eludir a los radares, que no sufrió daño alguno, y produjo grandes estragos en puntos vitales de comunicación e inteligencia iraquíes, puesto que ningún sistema antiaéreo pudo detectarlo. Luego de perder casi todos sus aviones en los bombardeos y en los combates en los cielos (los aliados sólo perderían 61 aparatos), los iraquíes quedaron privados de fuerza aérea, por lo que se concentraron en proteger sus tropas y su equipo blindado bajo tierra, pues los aliados ya habían comenzado una serie de bombardeos sobre todas las ciudades importantes de Irak, que sufrieron severos daños, además de causar cientos de víctimas civiles.
Con los aliados como dueños absolutos de los cielos, el jefe de las fuerzas aliadas, el general norteamericano Norman Schwarzkopf, un militar con fama de duro, pero que siempre estaba preocupado por el bienestar y la seguridad de sus hombres, ordenó el inicio de la operación “Sable del desierto”, nombre que se le dio a la ofensiva terrestre masiva aliada sobre Kuwait, aprovechando que los iraquíes habían comenzado a replegarse desde principios de febrero y la moral de sus tropas era baja (de las 42 divisiones desplegadas en Kuwait, al menos 14 habían sido desbandadas y sólo 19 conservaban entre un 60 % y un 70 % de sus capacidades de combate, sin mencionar que ya habían comenzado las deserciones en masa).
A los dos días de haberse iniciado el asalto terrestre, de hecho, unos cien mil soldados iraquíes se rindieron en masa ante las fuerzas de la coalición que avanzaron en forma incontenible (uno de los oficiales estadounidenses llegó a asegurar que atravesaban las pocas líneas iraquíes que encontraban como “cuchillo en mantequilla”).
La única batalla de cierta importancia de esta fase final de la guerra fue la denominada “73 Easting”, que se produjo el 26 de febrero de 1991 cuando carros de combate del séptimo cuerpo de los aliados se toparon con la división Tawakalna de la Guardia Republicana, con más de 3000 blindados, que se retiraban. Este encuentro, que provocó un enfrentamiento que duró alrededor de seis horas, se convertiría al cabo en la mayor batalla de blindados de la historia reciente, por detrás de la famosa batalla de Kursk, que enfrentó a miles de tanques alemanes y tanques soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial.
El 28 de febrero de 1991, finalmente, Irak, que durante la retirada de sus tropas de Kuwait incendió 700 pozos de petróleo en ese país, causando terribles daños ambientales, se rindió oficialmente y aceptó las condiciones impuestas por las Naciones Unidas. Los aliados sólo habían perdido 378 soldados, mientras que unos mil resultaron heridos. Las bajas de los iraquíes, por su parte, oscilaron entre los 25 mil y los 30 mil muertos.
Saddam Hussein, que había llamado a esta guerra “La Madre de todas las batallas”, logró pese a la categórica derrota mantenerse en el poder y siguió manteniendo una actitud desafiante ante los países occidentales, pero, tras ser derrotado nuevamente en el año 2003 en la llamada Segunda Guerra del Golfo Pérsico, en noviembre del 2006, tras dos años de juicio, sería condenado, junto con otros dos acusados, “a morir en la horca” por el Alto Tribunal Penal iraquí, que lo encontró culpable de haber cometido un crimen contra la Humanidad, por la ejecución de 148 chiítas de la aldea de Duyail en 1982.
Hussein sería ejecutado en presencia de un clérigo, un médico y un juez el día 30 de diciembre de 2006, y su cuerpo fue entregado a sus familiares para ser enterrado en su ciudad natal de Tikrit.
10/7/23
“ANECDOTICOS HECHOS EN EL TOK 1991”
ACA LOS PILOTOS ERAN MUJERES DE EE.UU
NO ERAMOS UNOS IMPROVISADOS EN LA GUERRA, YA HABIAMOS TENIDO VARIOS, Y ELLOS CREIAN QUE POR QUE NOS VEIAN CON BUQUES DE POCO PODER DE FUEGO, NOS COMPORTAMOS COMO DEBE SER EN UNA GUERRA, NO CUALQUIERA NOS LLEVAN POR DELANTE. UNA BREVE ANECDOTA DE LO QUE PASO YA A DENTRO DEL GOLFO PERSICO.
Anécdota de un veterano estadounidense sobre la participación militar argentina en la operación “Tormenta del Desierto”
Cuando recibí unos mails allá por el mes de enero que provenía de un investigador argentino que estaba trabajando en la intervención de su país en las operaciones desarrolladas en el Golfo Pérsico entre 1990 y 1991, sentí curiosidad y hasta cierta perplejidad ya que no era muy común que alguien de esos lugares se preocupara por este tipo de hechos históricos (comentó este “vet” de la marina estadounidense que llamaremos “Joe B.”)
En esa comunicación me preguntaba si sabía que grado de participación habían tenido los buques argentinos en la operación “Tormenta del desierto” en la que los historiadores se han centrado más en la parte terrestre y aérea, sin detenerse en las continuas y extenuantes actividades que se realizaron en el mar. Como ex oficial de comunicaciones y destinado en el “USS Wisconsin” tuve la oportunidad de estar cerca de las dos unidades argentinas que nos acompañaron en el grupo y que si mal no recuerdo, tenían la denominación ALFIL y estaban comandados por los australianos.
El comandante de operaciones del “USS Midway” que fue transportado al “USS Wisconsin” traía consigo una carpeta con tareas para encomendar a los oficiales de comunicaciones. Pero no venía solo, estaba acompañado de dos altos cargos del denominado CENTIJ –inteligencia- que nos darían una pequeña charla de lo que si debían saber nuestros aliados y lo que no les correspondía saber.
Nuestros superiores querían asegurarse de que grupos como el de los argentinos, no fueran más un peligro que una ventaja, ya que –según nuestros cerebros en la mesa de estrategia- no tenían una experiencia solvente en operaciones navales como la que se les presentaba; y en realidad nosotros tampoco la teníamos desde que ocurrió el desembarco de Normandía.
Había sido necesario aplicar la doctrina TRADOC, en la cual se buscaba uniformar –en lo que fuera posible- las señales y mensajes que se trasmitían entre las diferentes armadas que participaban en una reducida área marítima como es el Golfo.
Ciertamente que los argentinos fueron muy competentes en las tareas que se les ordenaron y modestamente desde mi punto de vista –nos relata el veterano-, comprobé como se desempeñaron en situaciones que pudieron haber terminado en un completo desastre.
Aquel factor proveniente de la tensión y el nerviosismo, apareció ni bien empezó el combate y ninguna de las tripulaciones que estuvieron operando estoy seguro, pudieron evitarla. Hubo casos de neurosis, parálisis traumáticas y peleas en varios buques de nuestro grupo, producto de una sensación angustiante que pareces que vas a morirte en cualquier momento y no puedes hacer nada para evitarlo.
Fue por ello y como parte de un protocolo predeterminado, que se debían mantener en contacto directo a todas las unidades navales que operaban en el Teatro, que además de servir para los propósitos del despliegue táctico en la mesa de estrategia, servía para controlar las actividades abordo. Se trataba de establecer un comando de comunicaciones permanente, algo bastante complicado por aquella época. Para nuestras propias fuerzas –las estadounidenses- representó un desafío enorme el establecimiento de un comando centralizado para cada una de las fuerzas operativas propias, imagínense lo que fue tratar de establecerla con otras armadas con otros idiomas y otros equipamientos.
Para cuando el grupo ALFIL 1 entró al área de operaciones –al cruzar el estrecho de Ormuz- fue que se nos indicó la preparación del equipo y las directivas que nos entregaría el CENTIJ para instalar a bordo del buque líder. Era a mediados de diciembre y lo recuerdo bien porque se corrían rumores de que los iraquíes podían atacarnos por sorpresa por medio de grupos aliados en la región. En esos momentos los argentinos estaban navegando con los franceses y más precisamente estuvieron realizando maniobras de alije o mejor dicho, aprovisionamiento de combustible del buque cisterna “Marne” cuando se estaban dirigiendo a Dubai.
Recuerdo que unos días después de que comenzaron las hostilidades, el grupo ALFIL 1 se incorporo al grupo de ataque liderado por el “USS Midway” y sus doce escoltas, entre ellas el acorazado “Wisconsin” en donde me encontraba.
En esos momentos la alerta era permanente y los vuelos de patrulla e intercambio de oficiales era constante y en uno de ellos nos trasladaron a uno de sus buques para traslado de material e izamiento de personal.
4/7/23
"EL ROL DEL OPERATIVO ALFIL EN LA INTELIGENCIA DE LA GUERRA DEL GOLFO PERISCO"
Aspectos operacionales llevados adelante por la flota aliada y su papel en las tareas de inteligencia en la Crisis y guerra del golfo.
Los eventos que se desataron desde aquella misma madrugada del 2 de agosto de 1990 cuando los iraquíes cruzaron la frontera kuwaití ya estaban previstos por el Pentágono. Desde meses antes los aviones “E-3 Sentry” AWACS (Airborne Warning and Control Systems) y el comando satelital NORAD (North American Aerospace Defense Command) venían monitoreando los movimientos del ejército iraquí sin que en esos momentos ello hubiera causado inquietudes en la Casa Blanca. Bush, Powell y obviamente el entonces secretario de estado James Baker conocían esto. A la distancia a nadie le queda dudas de ello, salvo el caso de algunos aliados de entonces –caso del gobierno de Argentina- que ni siquiera se informaron y evaluaron como evolucionarían los eventos. Hussein no se salió con la suya (como arguyeron varios personeros en esos momentos), fue Washington quien usándolo para sus propósitos, lograron lo que necesitaban: La excusa perfecta para entrar a la región.
En ese sentido el rol de Naciones Unidas y su función de mantenedor de la paz fue claramente un fracaso. No solo no hubo paz sino que incluso se le relego de las actividades que se designan en el capítulo VI y VII de la Carta que habría dado la legitimidad para que se conformara una fuerza militar bajo los auspicios y el control operacional de la organización. Como es sabido, nunca hubieron cascos azules en las operaciones que se desarrollaron en el TOK, sino fue mucho más tarde, una vez finalizada la guerra con la firma de la rendición en la base iraquí de “Safwan” en marzo de 1991, y fue allí cuando se conformó una fuerza de paz y de observadores el 9 de abril de ese mismo año (UNIKOM).
Regresando a las incidencias que ocurrieron antes y durante las acciones bélicas, debemos tener en cuenta que en esos momentos, los movimientos de tropas, carros y suministros iraquíes eran perfectamente monitoreados por los satélites de vigilancia estadounidenses aunque, cierto es de señalar, que los iraquíes en cierta medida estaban conscientes de estas capacidades de sus anteriores amigos y fue por ello que tomaron varias medidas exitosas para confundir a los agresores.
Pero veamos uno de los aspectos pocos conocidos de aquella guerra y de la cual, todos los partícipes –incluyendo a la Argentina- ejecutaron bajo la dirección de los comandos de operaciones liderados por los EEUU, actividades preparativas y encubiertas antes y en pleno de las hostilidades.
Nos referimos a las operaciones de inteligencia y contrainteligencia, las cuales fueron clave para el desarrollo de las acciones militares contra los objetivos iraquíes en Kuwait e Iraq. Uno de los documentos más destacados denominado Excutive Summary elaborado en julio de 1991 (Clasificado por CINCCENT y desclasificado unos años más tarde por la OADR), determina con precisión el alcance de las misiones y sus partícipes durante las operaciones “Escudo del desierto” y “Tormenta del Desierto”. Allí se detalla la importancia central en recopilar y producir información capaz de lidiar con un “enemigo íntimo” y altamente preparado para combatir en un terreno con el cual estaban familiarizados.
Sobre aquello, no hay que olvidar que Washington conocía al milímetro las existencias del número y clase de armamento en los búnkeres y bases de las Fuerzas Armadas iraquíes, gracias a la estrecha colaboración forjada años antes en el marco de la guerra impulsada contra Irán. Pese a ello, se supo que Saddam Hussein nunca confío en sus socios americanos y fue por ello que ordenó el traslado continuo de varias instalaciones estratégicas conllevando a que muchos de los objetivos que fueron bombardeados durante la guerra estuvieran vacíos.
El capítulo que inaugura este documento se refiere a la decisiva importancia que fue el sostenimiento de los requerimientos logísticos que sostuvieron las operaciones militares de la primera línea. El caso del “Op. Alfil” compuesto por una corbeta y un destructor de la Armada Argentina, (según documentos reservados) su actuación dentro del Teatro de Operaciones gravito entre la segunda y tercera línea (comprendiendo un total de tres en grado concéntrico) algo de lo cual, constituyo un importante antecedente del alcance de las operaciones que se realizaron tanto en la faz previa como en el pleno de las hostilidades. El operativo argentino compartió actividades y con similares tareas junto a la misión canadiense (Operación Fricción), habiéndose –según evaluaciones del Pentágono- complementado altamente eficiente.
Estos grupos de tareas conformados por cada país que se alió a la Coalición angloestadounidense y que en la faz naval se subordinó a las órdenes del Almirante Stanley R. Arthur, no solo llevo a cabo las tareas operacionales de interceptación e interdicción para ejecutar el embargo que autorizó Naciones Unidas sino que en pleno de la “Operación escudo del Desierto”, previa a las hostilidades, jugaron un papel crucial para mantener controlada la actividad marítima en el Golfo y para ello, sirvieron indirectamente a las tareas encubiertas de la inteligencia electrónica (SIGINT) trasmitiendo y retrasmitiendo señales dentro del Teatro de Operaciones con el objetivo de despistar a las fuerzas iraquíes (Niebla). Esto tuvo vital importancia al momento de lanzar el ataque en las primeras horas tras vencer el ultimátum ya que, con ello se interfirieron las comunicaciones y los sistemas antiaéreos de origen soviético que poseían los iraquíes tanto en Kuwait como en Iraq.
En aquel sentido, cada grupo de tareas en el mar eran los ojos del CENTCOM de cara no solo para evitar ataques iraquíes sino también de posibles acciones desde Irán. Para ello, la instalación de sistemas de guerra electrónica (entre ellos el GPS) y antenas en las unidades navales, sirvió para establecer en el mapa de operaciones, un posicionamiento en tiempo real de las actividades de los grupos de tareas.
Durante años, esta gravitación parece haberse mantenido en el más estricto secreto, al menos en lo que respecta a lo que la Armada Argentina se refiere ya que, según fuentes confiables dentro del Ministerio de Defensa de épocas del gobierno de Fernando De La Rúa (comienzos del 2000), no existían antecedentes oficiales o informes disponibles en sus archivos para la consulta referidos a las acciones de los buques que habían conformado aquel grupo naval que –como señala aquel informe- fue parte de los 800.000 hombres y mujeres que conformaron la “Coalición aliada” contra Iraq y que se reporta en el informe como de gran mérito.
La participación naval argentina fue decidida a partir de lo determinado en la cumbre llevada adelante tras la el acuerdo arribado en la “Conferencia de Planeamiento Naval” realizada el 9 de septiembre de 1990 en Bahrein (influenciado por Londres) bajo los auspicios de EEUU. Es a partir de estas conversaciones donde varios países –entre ellos la Argentina- aceptan ser parte de una coalición con miras a presionar a Iraq. Recuerden que inmediatamente de concluida esta conferencia el presidente Menem ordena a su Estado Mayor Conjunto alistar las unidades que se encontraran en condiciones para una larga travesía y obviamente, para afrontar un escenario complicado.
Fue así que el 25 de septiembre zarparon bajo el código “GT.88”, el destructor “ARA Brown” y la corbeta “ARA Spiro”. Producto de esta conferencia se logró presionar a Naciones Unidas para que elaborase las resoluciones 666 y la 669, como base legal para imponer un embargo marítimo contra Iraq, no tanto para hacer valer la ley internacional sino más bien como un factor de presión más, una táctica claramente hostil orientada a minar políticamente al liderazgo iraquí ante su pueblo y obviamente también para debilitar las defensas iraquíes ante una ya advertida e indetenible campaña bélica.
También se deja constancia del éxito de las operaciones de intercepción e interdicción marítima ejecutada por la flota aliada en la cual participaron unidades navales argentinas (Conf. Res. Consejo de Seguridad 665), señalando en este informe, que dichas acciones degradaron en grado sumo las condiciones comerciales y de la infraestructura económica del país árabe, aunque ello –a la vista de los analistas en Washington- no bastaba para cumplir con la misión central; con lo cual y pese a ello, había que proseguir con una operación militar a gran escala.
Como parte de las tareas de la flota aliada estaba la custodia de la ruta de abastecimiento por la cual, según este informe, se transportaron 1.7 billones de galones de combustible sin el cual no se habría movido la maquinaria que se desplego en Arabia Saudita.
Allí también se detalla como los informes previos a esta guerra, ya determinaba como contener o mejor dicho, como resolver el asunto de un Iraq potencia con aspiraciones regionales, dejando entrever cual fue la verdadera naturaleza de la intervención estadounidense. También se lee como el Comando regional USCINCCENT a cargo de monitorear las posibles penetraciones de la Unión Soviética en el Suroeste de Asia hasta finales de la guerra fría ya delegaba gran parte de sus tareas al USCENTCOM que había sido creado para ejercer jurisdicción de control y vigilancia electrónica más específica en el Medio Oriente teniendo como principal aliado a Arabia Saudita.
En esta estructura de exhaustiva planificación y de muy bien previstas acciones fue que ingreso la Argentina sin haber tenido, para contener sus efectos, una propia agenda de contingencias que estudiara los pormenores de una situación a la cual no se habían entrenado en específico. Sin dudas que el factor improvisación les jugo a favor pero no puede esperarse que ello se mantenga en una forma constante y para siempre. Pese a ello, las tareas encomendadas fueron acometidas con éxito y profesionalismo, incluso en aquellas de inteligencia de las que nunca supieron que estaban llevando a cabo.
29/6/23
EL 16 DE ENERO DE 1991 GEORGE BUSH ORDENO EL COMIENZO DE LA GUERRA EN EL GOLFO
Por estos motivos, el 2 de agosto de 1990 tropas iraquíes cruzaron la frontera de Kuwait con vehículos armados e infantería, ocupando puestos y puntos estratégicos en todo el país, incluyendo el Palacio del Emir. El ejército de Kuwait fue rápidamente vencido y las tropas invasoras saquearon reservas alimenticias y médicas, detuvieron a miles de civiles y tomaron el control de los medios de comunicación.
Después de la instalación de un gobierno títere, designado por Husein, Irak anexó formalmente a Kuwait. Apenas se conoció la noticia, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó la invasión a través de una serie de resoluciones, de la misma forma que lo hizo la Liga Árabe.
Ante la negativa del dictador iraquí de abandonar Kuwait, el 16 de enero de 1991, una coalición internacional bajo mandato de la ONU, integrada por 34 países y liderada por Estados Unidos, inició una campaña militar; tal como lo anunció su presidente George Bush.
Es así que en las primeras horas del 17, aviones estadounidenses destruyeron el sistema de radares iraquí y bombardearon objetivos militares, al tiempo que se lanzaban misiles desde la flota norteamericana desplegada en el golfo Pérsico y el mar Rojo.
Unas horas después el portavoz de la Casa Blanca, Marlin Fitzwater, informó a los medios detalles de la operación bautizada “Tormenta del desierto”. Al ataque aéreo y naval, que duró cinco semanas, le siguió un asalto terrestre el 24 de febrero. Esta fue una victoria decisiva para las fuerzas de la coalición, que liberaron a Kuwait y avanzaron hacia el territorio iraquí.
Tras el conflicto, la Organización de las Naciones Unidas impuso a Irak un severo embargo que produjo trastornos sociales y económicos en el país. En 1993 Estados Unidos bombardeó Irak en represalia por una supuesta conspiración para asesinar a George Bush y en el 98, junto al Reino Unido, llevó a cabo sobre Irak una serie de bombardeos a la que llamó operación “Zorro del Desierto”.
En 2002, George W. Bush acusó a Irak de constituir un “eje del mal” junto con Corea del Norte e Irán, desencadenando la invasión en 2003 bajo pretexto de tener gran cantidad de armas de destrucción masiva. Finalmente, en 2006 y tras dos años de juicio, Sadam Husein fue condenado a muerte por el Alto Tribunal Penal iraquí, que lo encontró culpable de haber cometido crímenes de lesa humanidad.
El 16 de enero de 1991 George Bush ordenó el comienzo de la Guerra del Golfo.
La historia también es noticia. Radio Perfil.
RELATO AL DIARIO DE CUYO SAN JUAN POR EL SMOPSO TOLEDO JULIO CESAR EN LA GUERRA DEL GOLFO PERICO 1991
AL SMOPSO JULIO CESAR TOLEDO POR EL "DIARIO DE CUYO" SAN JUAN POR EL CORRESPONSAL: ALFREDO CORREA
23/6/23
A 32 AÑOS LA ARGENTINA IGNORA EL ENVIO DE BUQUES DE GUERRA AL GOLFO PERSICO 1991
En 1991, la participación argentina en la coalición liderada por los Estados Unidos se limitó al envío de dos naves de guerra -una fragata y un destructor-, dos aviones de transporte y unos 300 efectivos, que sólo participaron en tareas de apoyo logístico y patrullaje en la boca de ingreso al Golfo Pérsico.
Argentina y su rol en la Guerra del Golfo
Para entender esta historia tenemos que remontarnos al 2 de agosto de 1990, fecha de la invasión de Irak a Kuwait. El régimen de Saddam Hussein estaba sumergido en deudas con su país vecino, con el que además mantenía una disputa por los precios del barril de petróleo.
Hussein acusó a Kuwait de robar petróleo de un campo compartido por ambos países, por lo que decidió invadirlo y anexarlo a su territorio. Como respuesta, la ONU aplicaró sanciones contra Irak y formó una coalición internacional liderada por Estados Unidos para expulsar a Irak de Kuwait.
Entre esos países, estaba la Argentina, que desde la llegada de Carlos Menem a la presidencia había iniciado una política de «integración al mundo» que al día de hoy todavía divide a la opinión pública nacional. Nuestro país fue el único país del continente que participó, excepto por Honduras.
19/6/23
RELACIONES CARNALES Y LA DIPLOMACIA PARLAMENTARIA MENIMISTA (RELACIONES POLITICAS INTERNACIONAL A SU GUSTO)
“Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. Esta frase del manifiesto comunista sintetiza lo ocurrido con el peronismo bajo el liderazgo de Carlos Menem, Presidente de la República Argentina durante 1989 y 1999. Por primera vez hubo un líder dentro del movimiento que re-interpretó a Juan Domingo Perón y buscó aggiornar la doctrina justicialista. Ante un mundo convulsionado y tendencialmente unipolar, guio a Argentina a reconsiderar sus condiciones de existencia y relaciones recíprocas.
No es el objetivo de estas líneas reflexionar sobre la importancia del menemismo en la historia política argentina, pero sí nos proponemos analizar el inicio de su política exterior de alineamiento con Estados Unidos. Además, tomando el debate que se generó entre senadores y diputados en torno al envío de buques al Golfo como caso de estudio, se pretende examinar de forma diacrónica el rol que ocupó el Parlamento argentino en el establecimiento de la agenda de política exterior en primera instancia, y también como “control” del Poder Ejecutivo en la misma materia.
En términos generales, la elaboración de la agenda de política exterior en países presidencialistas se encuentra primordialmente diseñada por el Poder Ejecutivo, aunque existen ciertos elementos que nos permiten analizar el rol de las legislaturas en la conformación de la misma. El principio de separación de poderes, la autonomía institucional, sumado a la elección separada del presidente y los miembros del Congreso, brindan las bases para sustentar la afirmación anterior.
Gary Cox, Scott Morgenstern y Leandro Wolfson han estudiado los procesos de toma de decisiones de los Parlamentos democráticos y elaboraron tres categorías de análisis en función de cómo interactúan y se relacionan con el Poder Ejecutivo. Dichas categorías son: a) generativa, donde las legislaturas forman y remueven gobiernos y, a su vez, cargan con la responsabilidad principal de la toma de decisiones y, por tanto, gravitan en el diseño de la política exterior; b) la posición del Parlamento puede ser proactiva, por la cual propicia y sanciona sus propias propuestas legislativas; y c) existe una modalidad reactiva que se limita a enmendar y/o vetar las propuestas del Ejecutivo.
Ante esas categorías, los autores clasifican a los parlamentos latinoamericanos como eminentemente reactivos, considerando que el proceso decisorio en materia de política exterior es asimétrico, en tanto y en cuanto el Ejecutivo es el que propone medidas y confecciona la agenda de política exterior. Esto genera que la legislatura se vea como un actor fundamentalmente de control y legitimación de la política elegida por el Ejecutivo. Consideramos, entonces, que este marco teórico ilustra las particularidades de la política exterior del periodo.
Nuevo mundo, nuevo peronismo
El justicialista Carlos Saúl Menem accedió a la primera magistratura en julio de 1989, meses antes de uno de los hechos más trascendentales del siglo XX: la caída del muro de Berlín. Pese a que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) sobrevivió dos años más, este acontecimiento marcó el final de la Guerra Fría y propició una reconfiguración del sistema internacional, en donde la hegemonía de Estados Unidos, el capitalismo como modelo de producción y la democracia liberal como modelo político parecían haberse impuesto para siempre. Ante estos hechos de coyuntura, y a pesar de haber basado su campaña electoral en un regreso a “las bases” del peronismo —es decir, la doctrina de tercera posición—, el apoyo a la industria nacional y protección del Estado a los sectores vulnerables, la década de los noventa terminó por ser escenario de cambios profundos con respecto a la estructura económica nacional y, por sobre todo, la inserción internacional del país. La política exterior del período menemista presentó un fuerte viraje en relación a la política exterior tradicional Justicialista.
Lo que Carlos Ecudé denominaría como “realismo periférico” fue el basamento teórico de la alineación argentina casi irrestricta y de las “relaciones carnales” con los Estados Unidos. La adopción de este patrón de inserción internacional se vinculó especialmente con el contexto internacional. A modo ilustrativo, en 1992, Francis Fukuyama publica su polémico libro “El fin de la historia y el último hombre”, donde postula que la Historia, como lucha de ideologías, ha terminado, y que el mundo estará irremediablemente sujeto a una democracia liberal impuesta tras el fin de la Guerra Fría.
Es posible que la élite dirigente argentina compartiera el diagnóstico de Fukuyama al propiciar el alineamiento con los Estados Unidos. Sucede que desde la percepción del gobierno, la única manera de resolver las dificultades de política interna, híper-inflación, inestabilidad y deuda externa, era lograr esta alianza estratégica y económica con Estados Unidos y los países desarrollados de Occidente.
Las medidas de apertura económica y reforma del Estado adoptadas desde inicios del gobierno menemista fueron la manifestación interna del ingreso al patrón de “relaciones especiales” con Estados Unidos. Los hitos del “alineamiento” en materia de política exterior fueron: la desactivación del proyecto misilístico Cóndor II, la ratificación del Tratado de Tlatelolco o de No Proliferación Nuclear, la firma en forma conjunta con Brasil del Acuerdo para el Uso Exclusivamente Pacífico de la Energía Nuclear y la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC), y el retiro del Movimiento de Países no Alineados, entre otras.
Sin embargo, la participación argentina en la Guerra del Golfo a partir de septiembre de 1990 es la acción que se constituyó como la primera medida trascendente que demostró la adopción de dicho patrón en el ámbito externo. Esta participación se dió en el marco de una fuerza de coalición integrada por 34 países, entre ellos la Argentina, y liderada por Estados Unidos. La misma fue autorizada por las Naciones Unidas y, entre el 2 de agosto de 1990 y el 28 de febrero de 1991, se enfrentó a la República Irak en respuesta a la invasión y anexión del Estado de Kuwait.
Fantasmas del pasado marcan la política exterior
En el inicio, y de acuerdo a la tradición histórica peronista en materia de política exterior —alineación occidentalista pero no automática—, el gobierno argentino se mostró renuente a la alternativa de un envío inmediato de tropas a la zona en conflicto hasta que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas así lo requiriese. Finalmente, primó la importancia del envío inmediato de tropas al Golfo como un “gesto” hacia a los Estados Unidos. Imperaba aquí la necesidad de no repetir “errores del pasado”: los ideólogos de la política exterior menemista sostenían que la tardía declaración de guerra por parte de la Argentina al Eje en 1945 le costó un tratamiento muy diferente al que tuvo Brasil por parte del vecino del Norte. Se consideraba que para obtener beneficios materiales concretos era necesaria una acción rápida de alineamiento.
El 18 de septiembre de 1990, el Canciller Domingo Cavallo anunció la partida de oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas argentinas a la zona de conflicto, con la promesa de no ejercer acciones bélicas directas, salvo en situación de defensa. De esta manera, el gobierno nacional daba el primer paso certero en el camino de la nueva política exterior. Ante esto, el Congreso de la nación reaccionó en forma adversa, pues formalmente no fue consultado sobre semejante decisión, ni participó en el diseño de la política exterior.
Reacción del Congreso
Como ya hemos analizado, el presidente Menem se involucró claramente en la elaboración de política exterior concentrando muchas de las decisiones trascendentales en su persona. Guiado entonces por el convencimiento acerca de la necesidad de definir una nueva inserción para Argentina en el orden mundial, envió buques de guerra sin esperar la autorización parlamentaria obligatoria prevista por la Constitución. Dicha decisión se relacionaba con la esperada oposición que plantearían las bancadas de la UCR y el Partido Justicialista en el Congreso.
Esta presunción oficial se confirmó, ya que rápidamente el Congreso se mostró “reactivo” a la decisión presidencial. Por ejemplo, la iniciativa del ex-Canciller radical y entonces diputado Dante Caputo de interpelar a los ministros de Defensa y de Relaciones Exteriores, Humberto Romero y Domingo Cavallo, para que informaran verbalmente en la Cámara Baja las razones del envío de tropas. Incluso, el bloque de senadores del Justicialismo demostró su disconformidad.
Sintéticamente, se identificaron dos grandes planteos dentro del Congreso. Por un lado, un sector mayoritariamente oficialista reclamaba por la unilateralidad de la medida y la no consulta al cuerpo más que por la cuestión de fondo, a saber, el modelo de inserción y política exterior no era cuestionado. Por otro lado, la oposición, encarnada principalmente en la UCR, no sólo se manifestaba en contra por las cuestiones de forma, sino también por la cuestión de fondo, ya que cuestionan la no-consulta al Congreso y el perfil de de la política exterior del gobierno.
Según la visión de Unión Cívica Radical, el diagnóstico sobre los cambios internacionales difirió de la visión unipolar y exenta de conflictos del oficialismo. Planteaba que el fin de la bipolaridad generaría necesariamente un orden multipolar caracterizado por el incremento de la competencia entre los países “del Norte”, por lo que nuevos conflictos, principalmente de naturaleza económica, comenzarían entre los países del norte y del sur. Así, Argentina debía posicionarse defendiendo sus “intereses nacionales” y alinearse con el “tercer mundo”. En síntesis, pregonaban una política exterior occidentalista, tercerista y no alineada, en contraposición a la política exterior oficialista: occidentalista y alineada. Finalmente, y debido a la presión parlamentaria, el 13 de diciembre, el canciller Cavallo anunció que las naves argentinas que se encontraban en el Golfo Pérsico regresarían al país a finales de enero “por una necesidad de rotación natural y de recambio de personal”.
Entendiendo que las reticencias existentes en el Parlamento eran importantes, se subordinó el envío de otras naves argentinas a la autorización del Congreso para su intervención en un eventual conflicto bélico. Un tiempo después, el presidente Menem reiteró a los miembros del Parlamento la necesidad de un urgente análisis parlamentario por la presencia de las tropas argentinas en el Golfo Pérsico.
En efecto, se demostró que, aunque el presidente lo consideraba como una medida axial de su política exterior, el envío de buques al Golfo requería, en última instancia, el apoyo y la legitimación del Congreso. El 23 de enero de 1991, la Cámara de Diputados aprobó la permanencia de las naves en términos de “apoyo logístico” a las fuerzas de la coalición liderada por Estados Unidos. De este modo, el poder Ejecutivo consiguió la ratificación parlamentaria.
Consideraciones finales
Si bien el rol del Congreso fue eminentemente reactivo, porque la gestión directa de la política exterior permaneció en el manos del poder Ejecutivo, los legisladores utilizaron distintas vías indirectas para influir en las decisiones. Y, aunque el Congreso no participó directamente en la formulación de la agenda de política exterior, terminó por validar la misma no sin antes condicionar la actitud del poder Ejecutivo.
Como quedó plasmado en el debate parlamentario entre los dos principales partidos políticos (Justicialismo y UCR), no solo se debatió la medida concreta de enviar buques al golfo. También el centro del debate fue la inserción externa y el modelo de política exterior a aplicar en los próximos años. Una negativa del Congreso en el envió de buques al Golfo hubiese, cuanto menos, retrasado la aplicación de la nueva política exterior nacional, pues hubiese quitado legitimidad al oficialismo.
17/6/23
ARGENTINA Y SU PARTICIPACIÓN BÉLICA EN LA HISTORIA MUNDIAL
Se cumplen años del ataque de tropas de varias naciones, encabezadas por la marina y el ejército de Estados Unidos, contra Irak. El 17 de enero de 1991, tras haber expirado el ultimátum de la ONU al presidente de Irak, Sadam Husein, para la retirada de sus tropas de Kuwait, la fuerza multinacional dirigida por Estados Unidos atacó objetivos en Irak y Kuwait. Argentina participó activamente en la llamada guerra del Golfo, enviando, a la zona de conflicto, al destructor Almirante Brown (foto) y a la corbeta Spriro. Carlos Menem era por entonces el presidente, y Erman Gonzalez el Ministro de Defensa.
No fue la primera vez que Argentina sumó tropas propias como parte de una acción conjunta internacional. No es éste un tema menor. Por detrás de los hechos, se dibuja siempre una mirada que le permite a los gobiernos fijar posiciones en relación a su ubicación en el mapa geopolítico mundial. Nos proponemos en este informe repasar las decisiones que asumió Argentina en distintos períodos frente a situaciones similares.
Antecedentes
En Julio de 1944 ciento sesenta mil soldados aliados lograron desembarcar en Normandía abriendo brechas en la defensa alemana. Fue una acción sorpresiva para el enemigo, que les permitió llegar a París y liberar a Francia después de 4 años de ocupación nazi. La histórica batalla terminaría sellando el resultado de aquella contienda. Seis meses más tarde, en febrero de 1945 Roosevelt, Churchill y Stalin se reunieron en Yalta, para definir las bases del nuevo orden político mundial. Los máximos responsables de las tres potencias se distribuyeron la geopolítica del planeta, cuando aún no había finalizado la guerra. Se sentían seguros del triunfo, daban como un hecho la capitulación de las naciones del eje.
La primera lanzada desde un bombardeo norteamericano el B29, bautizado como el Enola Gay, cayó en Hiroschima el 6 de agosto. Dos días más tarde Rusía le declaró la guerra a Japón e invadió Manchuria para sellar definitivamente, la suerte del imperio japonés. Al finalizar la guerra quedaba claro quiénes serían las naciones dominantes en las próximas décadas, las que impondrían modelos económicos y sociales. Las que se atribuirían el poder de policía internacional, las que convalidarían, o no, la legitimidad de gobiernos en todo el mundo, por encima de sus características dictatoriales o democráticas.
En Yalta las potencias acordaron un modelo de organización dominante. Crearon Naciones Unidas, como un único foro internacional destinado a debatir los conflictos entre naciones, y también aprobaron la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Dos organismos financieros surgidos con el pretexto de ayudar a financiar la reconstrucción de las naciones en guerra, pero cuyo verdadero objetivo fue regular la económicas mundial en beneficio de los intereses de las naciones dominantes.
En el tercer milenio, setenta y cuatro años después de concluida la segunda gran guerra, se aprecia con indisimulable claridad el éxito de aquel proyecto. La ONU no pudo frenar la invasión a Irak, y el FMI, junto al Banco Mundial, son quienes marcan el rumbo económico internacional, y el endeudamiento de las naciones más postergadas.
Las normas y reglamentos que rigen la ONU, son funcionales a los intereses de las naciones poderosas que dominan al organismo. Su Consejo de Seguridad está integrado por 11 miembros, de los cuales cinco son permanentes: China, Francia, EEUU, Gran Bretaña y Rusia. Los otros seis integrantes son rotativos y no tienen voto en muchas medidas trascendentales. Por ejemplo, el consejo de seguridad de la ONU posee la autoridad para forzar una intervención armada, siempre que tenga el voto unánime de los 5 miembros permanentes. Estas reglas se desmoronaron en marzo de 2003 cuando EEUU decidió, en forma unilateral, atacar Irak sin la aprobación del Consejo de las Naciones Unidas.
Las naciones con mayor poder condicionan el funcionamiento de Naciones Unidas. En 1949, tres años después de su creación, doce países occidentales, inquietos ante la posibilidad de una nueva guerra a escala mundial, firmaron un pacto para constituir la mayor sociedad militar del mundo. Así nació la OTAN, la organización del Tratado del Atlántico Norte, que comprometía a los países miembros a asumir como propia cualquier agresión a uno de sus integrantes. Fue el comienzo de una época signada por la guerra fría que enfrentaba al bloque soviético con las naciones de la OTAN. ¿Que protagonismo asumió nuestro país en este proceso de reordenamiento político mundial, después de la segunda gran guerra?
Argentina, a través de los gobiernos de José María Guido y Arturo Illia, apoyó las acciones norteamericanas en Vietnam. Pero, en 1965 aquel alineamiento con la política exterior de EEUU, desencadenó una crisis profunda en nuestro país. Fue cuando el General Juan Carlos Onganía, por entonces Comandante en Jefe del Ejército, le sugirió al presidente Illia enviar tropas a República Dominicana para forzar una normalización institucional en ese país. El pedido de Onganía generó un debate nacional que incluyó manifestaciones en las calles de Buenos Aires, realizadas por quienes se oponían a la intervención Argentina en Centroamérica. Illia, finalmente, no envió tropas, aunque apoyó a EEUU en la creación de una Fuerza Interamericana de Paz que interviniera en dominicana.
En 1970, Onganía se dueño del poder institucional tras derrocar a Illia con un golpe de estado y envió observadores militares, por pedido de la OEA, a El Salvador y Honduras para controlar el cese del fuego en la región. Militares argentinos volverían a Centroamérica años más tarde, pero bajo circunstancias bien distintas. Fue entre 1979 y 1982. Lejos de asimilarse a una misión de paz, más de 500 efectivos se instalaron en Honduras y Nicaragua para desarrollar tareas de entrenamiento y ayuda para combatir la guerrilla. Organismos de derechos humanos terminarían denunciando, tiempo después, que los militares argentinos enseñaban métodos de tortura que habían sido aplicados en nuestro país. Eran tiempos que en la casa Rosada estaba el General Leopoldo Fortunato Galtieri, y Nicanor Costa Mendez canciller argentino.
Desde la finalización de la segunda guerra mundial hasta nuestros días, Argentina ha participado en poco más de 25 operaciones militares en el extranjero, 14 de ellas se produjeron en los 10 años que duró el gobierno de Carlos Menem. La presencia de soldados argentinos entre los cascos azules, durante los diez años de Menem, fue un gesto de permanente pleitesía a la política exterior de Estados Unidos. Una adhesión que derivará en graves consecuencias para nuestro país.
Asumiendo la guerra como un negocio al que había que apostar, Menem aseguraba que tenía la promesa de EEUU, que empresas argentinas participarían de la reconstrucción de Kuwait. No solo no hubo participación de empresas argentinas en la reconstrucción del país invadido por Irak, sino que de los 20 millones de dólares gastados para enviar las naves de guerra al golfo, solo se recuperaron 8 millones. Sin embargo, el peor costado que tuvo la participación abierta de Argentina en la guerra del Golfo no fue el económico. Los atentados a la embajada de Israel, primero, y a la AMIA, más tarde, certificaron que aquella participación argentina en la guerra del Golfo no fue gratuita.
En junio de 2004 un plenario de comisiones del Congreso Nacional aprobó el tratamiento del proyecto del Poder Ejecutivo, para que se autorice el envío de tropas a Haití en el marco de la resolución 1542 de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Fue el pasaporte para 614 militares argentinos que viajaron a Haití para sumarse a una fuerza internacional propiciada por la ONU. Además del personal militar nuestro país enviará 73 vehículos, ambulancias, un buque y un hospital móvil, entre otros pertrechos.
En el debate en el plenario, que unió a integrantes de dos comisiones parlamentarias de la cámara baja, de Relaciones Exteriores y la de Defensa, entregó una amplia y rica batería de conceptos por donde podía transitar la política exterior argentina, en relación a las misiones de paz y las intervenciones militares en otros países. El diputado Jorge Arguello defendió el envío diciendo que se trata de un esfuerzo multilateral para la reconstrucción de Haití, el país más pobre de América. Su par Federico Storani, planteó el riesgo de ser simples guardiacostas de los EEUU, en tanto que Marta Mafei propuso enviar socorristas y no militares. El socialista Luis Zamora afirmó que la acción convalidará un gobierno ilegal.
En la actualidad nuestro país ha modificado procedimientos internos para evitar que una decisión trascendente, como es la de enviar militares argentinos a otras naciones en misiones internacionales, quede solo en manos del presidente. La remisión de tropas exige hoy la sanción de una ley en tiempo y forma. En ocasión de la guerra del Golfo el permiso fue aprobado cuando las naves argentinas ya estaban en el Golfo pérsico, en la zona de operaciones y bajo las órdenes de Estados Unidos. Los debates parlamentarios, en aquel entonces, fueron estériles, quedaron como un eco quejoso a acciones del gobierno.