La crisis que desembocó en la primera guerra internacional inmediatamente posterior a la Guerra Fría comenzó en 1990 cuando Saddam Hussein, con la intención de dominar su zona de entorno y recuperar los costos de su reciente guerra regional contra Irán, invadió el pequeño (y muy rico, eso sí) emirato de Kuwait.
17 DE ENERO DE 2021 - 00:00
Durante meses, Saddam Hussein puso a prueba la tolerancia de Occidente antes de atacar de manera definitiva, y obtuvo respuestas más bien suaves a sus desafíos. Intensificó su retórica antiyanqui, ejecutó a un periodista británico nacido en Irán, amenazó a Israel con armas químicas y acusó a Kuwait de competir deslealmente con el petróleo iraquí. Todo un combo de agresiones, elija la que más le moleste.
Kuwait hizo varias concesiones (forzadas, claro está) a la amenaza iraquí; sin embargo, a Saddam no le alcanzó con eso, y decidió invadir Kuwait enviando cien mil soldados.
La mayor parte del ejército kuwaití huyó (hay que decirlo) junto al emir Jabir al-Ahmad al-Sabah, y los iraquíes avanzaron hasta la frontera con Arabia Saudita. Encarcelaron y expulsaron a extranjeros, y mantuvieron como rehenes a varios diplomáticos norteamericanos hasta diciembre.
Saddam Hussein.
La invasión provocó condenas inmediatas desde todos los ámbitos, tanto países como organismos internacionales. Hasta la Liga Árabe votó por la retirada de las tropas, e incluso los soviéticos (los mayores proveedores de armas de Irak) se sumaron al embargo propuesto por EEUU. El presidente George H W Bush, anteriormente cercano a Hussein, impulsó una opción más agresiva: una acción militar (cuándo no) para consolidar “el nuevo orden mundial” (nada de desacatos, y menos en las zonas petroleras, eh...). Bush había usado esta frase para referirse al debilitamento de la lucha entre la Unión Soviética y los Estados Unidos (y su conclusión personal, o sea la condición de EEUU como “única” superpotencia).
Entretanto, y en respuesta a la demanda de protección por parte de Arabia Saudita, inició la operación “Escudo del Desierto”: cerca de medio millón de soldados norteamericanos fueron enviados al desierto saudita y al golfo Pérsico, y fueron apoyados por fuerzas militares que procedían no solo de los aliados tradicionales de EEUU, sino hasta de Siria. Moscú ofreció ayuda diplomática y apoyo satelital. En noviembre de 1990, la ONU misma había autorizado una acción militar si los soldados iraquíes no abandonaban Kuwait antes del 15 de enero de 1991. Todo eso llevó a que, al cabo de unos meses, la operación inicialmente “defensiva” (Escudo del Desierto) se transformara en una acción ofensiva: la operación “Tormenta del Desierto” (Desert Storm).
Así, en la madrugada del 17 de enero de 1991, casi treinta meses después del fin de la sangrienta guerra entre Irán e Irak y seis meses después de que este país invadiera Kuwait, estalló una guerra a gran escala en el golfo Pérsico, entre la coalición internacional (liderada por EE.UU.) e Irak.
Bombardeo de Irak.
Varios mediadores (representantes de la ONU, EEUU, URSS, Francia e incluso la OLP, que era tan pro-iraquí como antiyanqui) habían intentado negociar, sin resultado alguno, con Saddam Hussein. Los que se oponían a la acción armada sostenian que las sanciones económicas requerían más tiempo para volverse completamente efectivas. Pero Bush, los comandantes militares norteamericanos y los que dirigían la coalición internacional contra Irak (en la que participó la Argentina, cuyo presidente era Carlos Menem) no tenían tanta paciencia, e iniciaron la Operación Tormenta del Desierto.
El primer ataque fue aéreo, con misiles crucero, bombas “smart” y otros proyectiles de alta tecnología lanzados contras las instalaciones militares y los soldados iraquíes. Muchos pilotos iraquíes huyeron a Irán, que (a pesar de una leve mejoría en sus relaciones de vecino) les confiscó los aviones.
Saddam Hussein derramó petróleo en el golfo y quemó cientos de pozos petrolíferos en Kuwait. Los tanques iraquíes intentaron invadir Arabia Saudita, pero fueron rechazados; dirigió misiles Scud de fabricación soviética contra Israel y Arabia Saudita y amenazó con utilizar cabezas químicas en ellos, cosa que no concretó. Para proteger a Israel, EEUU desplegó baterías de misiles antibalísticos Patriot por todo el país.
Pozos de petróleo ardiendo en Kuwait.
Mucha parafernalia de un lado (Irak), mucha contundencia del otro (la coalición del Tío Sam y sus amigotes). Resultado: a fines de febrero, buena parte de Irak estaba en ruinas. Y encima, después de mojado... agua: se produjo el ataque por tierra conra las fuerzas iraquíes, bajo el comando estratégico del general Norman Schwarzkopf (“llámenme Norman, a secas”). Que duró poco; no hacía falta mucho más, el trabajo duro ya lo habían hecho las bombas.
El 27 de febrero de 1991, tras cien horas de lucha, Kuwait fue liberado, y buena parte del sur de Irak, ocupada por los aliados. El presidente George H. W. Bush declaró un alto el fuego, ya que sostuvo que los objetivos principales de la operación Tormenta del Desierto habían sido cumplidos.
Bush y el general Schawarzkopf.
Murieron unos doscientos mil iraquíes (hay cifras que dicen que muchos menos, sin embargo), entre ellos cientos de civiles, mientras que las víctimas aliadas ascendieron a ciento cincuenta.
En Irak, los kurdos y chiítas iraquíes se rebelaron (siempre listos para hacer algún lío), a pesar de lo cual Hussein seguía gobernando y sus fuerzas reprimían los alzamientos, expulsadno a unos dos millones de kurdos que fueron a parar a campos de refugiados iraníes y turcos. Mientras tanto, Kuwait sufrió una verdadera catástrofe ecológica y los habitantes palestinos del emirato, acusados de ayudar a Irak, fueron perseguidos y expulsados.
A partir de ese momento, el Consejo de Seguridad de la ONU impuso una serie de obligaciones a Irak, entre ellas la aceptación incondicional de la destrucción de sus armas químicas, biológicas, de destrucción masiva y misiles balísticos de largo alcance, todo bajo “supervisión internacional”. Además, estableció un bloqueo económico que permanecería en vigor hasta que Saddam desmantelara su capacidad de amenazar a sus vecinos (dicho elegantemente). Naturalmente Saddam, siempre insatisfecho, retrasó ese momento todo lo que pudo, alimentando así el temor que estas armas infundían.
Los buques de guerra de la coalición que patrullaban el golfo Pérsico inspeccionaban las cargas de los barcos que se dirigían a Irak, haciendo cumplir el bloqueo. Mientras tanto, al no poder exportar petróleo, la economía iraquí se derrumbó. La educación y la salud se convirtieron en bienes tan excepcionales como esporádicos, y sumado a ello el altísimo desempleo, se destruyó la calidad de vida. Irak, que en un pasado cercano había sido un país rico, se había convertido en un país marginado.
En mayo, el Consejo de Seguridad de la ONU rectifica y aprueba un sistema de flexibilización del durísimo embargo, el cual consistía en la concesión a Irak de la posibilidad de exportar petróleo siempre y cuando los beneficios estuvieran destinados a la compra de alimentos, medicinas y otras materias básicas para la población civil.
Más tarde, en agosto de 1991, los aliados de la Guerra del Golfo establecieron una zona de exclusión aérea para detener la ofensiva de Saddam Hussein conra los musulmanes chiítas. El siempre inquieto (e insaciable) Saddam seguía combatiendo a ambas facciones sublevadas (ahora unidas, encima).
Con la capital del país devastada, Hussein tuvo que enfrentarse a una guerra civil. Los kurdos reclamaron sus derechos y las regiones chiítas del sur se alzaron en armas. Sin embargo, el temor a que la caída del presidente iraquí desestabilizara la zona llevó a los aliados vencedores a no apoyar estos movimientos.