Hace 33 años atrás, para estos días, las dos naves argentinas del “Operativo Alfil I”, se encontraban en pleno de las operaciones militares de apoyo táctico y estratégico a la campaña militar contra las fuerzas iraquíes que se hallaban en Kuwait. A finales de enero de 1991, el destructor “ARA Ate. Brown” y la corbeta “ARA Spiro” terminaban una quincena infatigable de tareas de escolta y protección de las líneas logísticas que abastecían a los portaaviones que estaban lanzando los principales ataques aéreos sobre Kuwait e Iraq.
Eran momentos de mucha tensión. El ambiente era tan denso que como dice el dicho “se podía cortar con un cuchillo”. Las presiones que la misma situación de guerra en la que se encontraban las tripulaciones, se agregaban las que surgían de las relaciones jerárquicas ya no solo entre los mismos argentinos sino incluso, debiendo estar atentos a las órdenes y maniobras que disponían los cerebros navales desde el cuartel general del NAVCENT en Arabia Saudita, desde donde se coordinaban las acciones en una gran mesa de estrategia.
Aunque no se les comunicó a ningún miembro de las tripulaciones argentinas, todos –sin distinción entre oficialidad y suboficiales- estaban siendo observados y evaluados por los atentos ojos de los elementos norteamericanos que permanecían en el área de comunicaciones y que hacían de enlace con el Comando general. Aquellos tres marinos yanquis que el NAVCENT había enviado para instalar las antenas para comunicaciones en la “Brown”, eran también los ojos y los oídos de los encargados de la inteligencia de la campaña. Y es que los motivos eran tan importantes como determinantes; además de mantener los canales fluidos de comunicación, debían asegurarse de cuál era la moral y la disciplina de las tripulaciones y prevenir posibles inconductas que hubieran hecho fracasar las operaciones.
Sin dudas que fueron momentos muy duros; los minutos parecían horas y las horas semanas; y no solo los argentinos se vieron sometidos a estos extremos que crispaban los nervios. Sus mismos colegas norteamericanos, británicos y canadienses, cayeron en muchos casos, rendidos al poder de la presión que destruía los nervios de los hombres más firmes y preparados.
Hoy a 32 años y a lo lejos, se puede evaluar con mucha precisión, lo que represento esa posición de las tropas argentinas operando dentro de aquel letal teatro de operaciones y en una situación que solo aquellos hombres conocieron de primera mano. Justamente e 1º de febrero de 1991 desde las cubiertas de la “Brown” y la “Spiro”, los marinos argentinos contemplaban atareados como iban y venían los aviones de combate norteamericanos que despegaban del portaaviones “USS Midway”, punta de lanza que dio inicio a las operaciones de bombardeo contra Kuwait e Iraq y al cual asistieron hasta el final de la campaña.
Fueron testigos de cómo los aviones norteamericanos “A-6 Intruder” preparaban sus miras lanzado sus bombas en blancos remolcados por el “USS Kansas City”, que se hallaba navegando junto a ellos. O como podrían olvidar como aquellos gigantescos helicópteros “Chinook” de la naval estadounidense maniobraban por encima de la cubierta del destructor “Brown” para trasladar personal de un buque a otro; sin dudas que eso fue una experiencia profesional inédita, inimaginable y a l vez imborrable para los argentinos.
Inmersos en sus tareas de agitadas rutinas de combate, los argentinos debían estar listos para cualquier contingencia que por un mínimo descuido, podía ser fuente de un desastre. Las aguas del golfo estaban pobladas de problemas que podían llegar a ser letales y solo ellos, pudieron ser testigos de varios de aquellos. La fuerza de la Coalición naval no solo debió estar al pendiente –y bajo una total desinformación- de las amenazas militares que “Saddam” tenía apuntando hacia el Golfo, sino también de los varios peligros que ni siquiera tenían idea que existían.
Sin dudas de que fueron protagonistas de la última y más portentosa guerra naval que el siglo XX vio antes de finalizar. El poder destructivo de las armas empleadas y la cantidad en toneladas que se movieron por las peligrosas aguas del golfo pérsico para que los arsenales de las tropas terrestres y las “Santa Bárbara” de los buques como el “USS Midway” no detuvieran el fuego, sigue siendo uno de los temas que se atienden con mucha importancia en las cátedras de apoyo de combate y logística –entre otras- en la Academia Militar de West Point, ubicada en estado de New York, Estados Unidos.
El brazo logístico fue primordial para el éxito de la campaña “Tormenta del desierto” ya que sin el desarrollo de las operaciones de control, vigilancia y custodia de los transportes que entraban al Golfo por el estrecho de Ormuz, seguramente se habrían registrado graves incidentes, que acometidos por células extremistas dispersas en la región, hubieran causado una demora en el abasto para las tropas que debían mantener un fuego coordinado y constante, si no querían que las Brigadas mecanizadas iraquíes los aplastaran con algún contra ataque. Como dijo el diseñador de éstas operaciones logísticas, “debemos funcionar como un reloj de precisión; si no podemos garantizar eso, le diré Schwarzkopf que no inicie nada”.
Entre las tareas que el operativo “Alfil I” tenía que cumplir, era las de asegurar el paso de los buques tanque que debían aprovisionar a la flota que se hallaba en operaciones. Esto que los norteamericanos denominan “refuelling” o reaprovisionamiento de combustible, que en la situación de guerra en la que se encontraban, representaba un riesgo potenciado no solo por la posibilidad de ser sorprendidos por un misil –ej. Misiles costeros Frog- en medio de la operación de alije, sino también por la presencia de todo tipo de minas explosivas. Precisamente sobre esto último, a pesar de la operatividad de varios buques “barreminas” y de los incesantes vuelos de helicópteros que exploraban las zonas para detectar entre otras cuestiones, posibles minas flotantes, existían en ese momento otros tipos de estos ingenios que estaban en el fondo del lecho del golfo y operaban en una manera más sofisticada.
Si tan solo una de esas minas hubiera tocado a un buque en momentos del reaprovisionamiento, se hubiera desatado un infierno sobre el agua dejando muy pocas probabilidades de que hubiese supervivientes.
Lo mismo con los buques que trasladaban municiones, bombas y misiles para los aviones que estaban embarcados en los siete portaaviones que encabezaban las operaciones navales de apoyo a la ofensiva que se realizaría por las tropas en Arabia Saudita. El arribo sin pausa y con seguridad era primordial para garantizar eficacia en las operaciones que se delineaban desde el cuartel general en Riad, desde donde los generales y almirantes coordinaban con minucia los movimientos de cada operativo desplegado en el golfo.
Ninguna embarcación estaba desligada de la cadena de mando que provenía desde el NAVCENT enclavado en Riad, base estratégica que coordinaba y planificaba el desarrollo de las operaciones en los diversos sectores que comprendieron el Teatro. En esas planificaciones y en medio de las hostilidades, los argentinos demostraron profesionalismo y un entusiasmo poco esperado por algunos mal pensados coordinadores de la campaña que, dicho sea de paso, supieron cometer errores que demostraban estar alterados por la presión.
Se había formado una comunidad en la zona, aunque para nada relajada; en el Teatro de operaciones que se extendía desde la entrada del estrecho de Ormuz hasta el norte del Golfo, los buques podían verse las siluetas recíprocamente y a veces supieron estar tan cerca unos de otros, que lograban verse como sus camaradas norteamericanos corrían con el culo entre las manos ante situaciones que habían quedado consignadas a quedarse y no salir de allí. Recuerden sino aquel incidente del “USS Midway” que en apariencias y sin que se esperara, recibió un duro ataque con misiles que teóricamente –y según los expertos militares- no podían estar allí.