4/8/15

ENTRETELONES DE LA GUERRA DEL GOLFO PÉRSICO, 25 AÑOS DESPUÉS


Han pasado dos décadas y media de aquella madrugada del 2 de agosto de 1990 cuando las brigadas mecanizadas y comandos navales de las fuerzas iraquíes entraban por tierra desde el mar al Emirato de Kuwait. Comenzaría la llamada “Primera guerra del Golfo” (First War-Persian Goulf) que sacudiría el comienzo de la décadas de los noventas y que ha sido considerada como la última de las grandes guerras de carácter convencional del siglo XX.

A pesar del paso del tiempo, lo único que se ha conocido públicamente sobre esta monumental campaña bélica ha sido lo que parcialmente han dado a conocer algunos historiadores estadounidenses que luego se tradujeron en pésimas películas y documentales signados por la intoxicante propaganda política.

Pero desde aproximadamente hace un lustro, se han venido viendo trabajos de revisión histórica a cargo de investigadores navales tanto estadounidenses como europeos en los cuales se han detenido en el estudio de los detalles y curiosidades que conformaron a la operación “Tormenta del Desierto” (Desert Storm), denominación para el desalojo por la fuerza de las tropas iraquíes de Kuwait.

Entre los curiosos protagonistas de aquella campaña estuvo la República Argentina que, a pesar de las contradicciones que suscito entre los países de Cono sur, la decisión que había adoptado el entonces gobierno del Doctor Carlos Menem estuvo precedida por gestiones y una serie de contactos de carácter reservados mediante altos funcionarios nacionales con sus pares de la Casa Blanca y el Departamento de Estado norteamericano.

En varios documentos que fueron estudiados por los investigadores, se pudo ver que la decisión del entonces gobierno argentino estaba preconcebida en el marco de buscar desarrollar un acercamiento de una política gentil hacia la administración republicana que ocupaba la Casa Blanca. Apenas asume al gobierno el Dr. Menem, comenzaron las gestiones por encontrar la atención de Washington. Otra particularidad era la personalidad del mandatario argentino quien de origen sirio y musulmán de cuna, se mostraba ampliamente cooperativo con quien una amplia mayoría de argentinos consideraban el odioso imperialismo yanqui. A pesar de esto, los viajes de emisarios con recomendación del embajador norteamericano Terence Todman fueron creciendo hasta que en forma oficial, viajaron a Washington por invitación de la Secretaría de asuntos protocolares, un equipo de contacto encabezado por el entonces ministro de defensa el Dr. Humberto Romero y el entonces Jefe del estado Mayor Conjunto de las FFAA el Contralmirante Emilio Osses.

Según los documentos que reflejan aquella visita y que fue seguida de cerca por los relatores militares del Pentágono, el equipo de trabajo que se hallaba circunstancial y causalmente en espera para ser recibidos por el mismo presidente George W. Bush y su gabinete, se vieron sorprendidos por la noticia de que Kuwait había sido invadido. Tal como los estadounidenses habían recibido de primera mano, el gobierno de Menem había ofrecido entre otras cosas, el acceso para instalar bases permanentes en su país y la disposición de sus FFAA para ingresar dentro de la categoría de “aliados extra-OTAN” algo que más tarde, sería ofrecido a Brasil. Entre los documentos que figuran como reservados en aquella entrevista en la que además estarían presentes el entonces vice Dick Cheney y el Jefe del Estado Mayor Norteamericano el general Collin Powell se vio abortada por la novedad de que “Saddam cumplió con su amenaza”. Al parecer la oferta no fue subestimada y se le encargo a la Oficina de Asuntos Latinoamericanos que hiciera un reporte sobre la situación de Argentina.

Según los documentos de la época, Bush, Cheney y Powell habían partido en vuelo secreto a Riad, Arabia Saudita primeramente para tomar una visión sobre el terreno. Un comunicado calificado como reservado, detalla que en virtud de una extensa llamada telefónica realizada desde el reino de Saud que en un estado de histeria (según describe el documento), el mismo rey Abdullah Al Saud pedía medidas urgentes para que les protegieran de Saddam. Según testigos presentes, Bush trataba de calmar al desesperado interprete que tan o más nervioso que su “rey”, hacía que fuera inteligible su inglés.

Al mismo tiempo que esto ocurría algunos documentos clasificados informan que la delegación argentina por orden expresa de Bush sería atendida por Dan Quayle y funcionarios militares de menor rango con instrucciones de que se tomarían en cuenta cualquier propuesta del gobierno argentino.

Se dijo que Bush y su gabinete, en especial el Jefe del Estado Mayor Powell, estaban al tanto de los movimientos iraquíes en tiempo real y que incluso habían estado recibiendo informes pormenorizados de la llamada “Inteligencia electrónica” que monitoreaba la situación en el borde fronterizo detectando concentración de hombres y fuerzas en Um Qsar, Basora y en las proximidades de las islas Bubiyan.
Uno de los tantos hechos que marcaron esta “sorpresiva invasión” fue que la familia real kuwaití había partido del emirato con antelación al inicio de la invasión como si estuvieran prevenidos de lo que estaba por ocurrir.

Según algunos documentos desclasificados la data de los informes provistos por la inteligencia eran de un mes antes de la invasión, aludiendo entre otras cuestiones al tránsito continuo y a pleno día de vehículos pesados transportando blindados y suministros desde Naseriya. Esto llevo a que se buscaran rastros sobre posibles contactos extraoficiales entre Washington y Bagdad en búsqueda de una distensión.

Tal cual se había intuido, esos contactos secretos entre enviados estadounidenses con Saddam Hussein habían existido y los cuales incluso, tenían bien informado del mismo presidente iraquí “que si los perros kuwaitíes y saudíes no cumplían con sus compromisos con Iraq él los haría cumplir”. Lo cierto era que los ricos vecinos petroleros habían quedado en deuda con Iraq por su larga lucha contra Irán y en medio de ese tire y afloje estaban los estadounidenses quienes habían dado seguridades a Saddam que se le saldaría con creces lo que aquellos le debían.

Otro hecho que demostró que EEUU preveía este movimiento de Bagdad fue la fuerza militar que mantenía preparada en bases de Alemania y que se desplegó en un par de días, constituyéndose con todo en territorio saudita su equipo para el 8 de agosto. Precisamente estos preparativos que según informes reservados del Pentágono, los aprestos habían sido sugeridos por reportes de inteligencia que estaban al tanto de las disputas entre Iraq y sus vecinos del golfo.

Tan bien sabían los estadounidenses lo que iba a pasar que, cuando Saddam firmó con el Rey Fahd el pacto de no agresión en 1989 quienes asesoraron llevar adelante este acto, fueron los norteamericanos. Según documentos que habían sido producidos en la embajada en Bagdad, habían contactos estrechos entre la CIA y el SI iraquí que daban razones y argumentos para respaldar las reclamaciones de Bagdad en contra de sus vecinos que además, le estaban robando crudo mediante perforaciones inclinadas bajo la frontera. Cuando las cosas se salieron de madres, rodó la cabeza de la embajadora April Glaspie a quien sus jefes políticos en Washington crucificaron como la culpable por su fracaso con las tratativas con Saddam. Lo que sucedió en aquella entrevista entre Glaspie y Hussein fue tapada por la versión oficial de Washington y ella fue la de que “Saddam Hussein interpreto mal el mensaje que Washington le envió por intermedio de Glaspie”.

Lo cierto era que en esa ocasión, la embajadora llevo un giño de su administración en Washington para asegurarle que “EEUU no tenía intensiones de inmiscuirse en los problemas entre los pueblos árabes” y con ello, dejar claro que ellos no intervendrían ante alguna operación de Bagdad.

Más allá que los políticos en Washington y a coro con los medios oficiales echaron toda la culpa a la “incompetente embajadora” lo cierto era que, ella fue usada como cabeza de turco y las pruebas de que Washington estaba muy bien al tanto de lo que se cocinaba en el desierto al noreste de la frontera de Kuwait, son las informaciones de inteligencia que daban detalles de concentración de tropas desde mediados del mes de mayo de 1990 y que llegó a su punto culmine el 31 de julio tras la reunión en Jeddah en la cual, los nexos norteamericanos dentro de aquel encuentro, informaban el comienzo de alguna acción en cuestión de horas.

En medio de toda esta extensa y compleja circunstancialidad de la geopolítica, el gobierno de Menem en una clara muestra de total ignorancia de cuál era el origen real del conflicto y los intereses porque este prospere, llevó a que guiado por una ciega obsecuencia y cara improvisación, forzara a que el entonces consejero legal del Palacio San Martín redactara el 29 de agosto un memorando secreto en el cual se conminaba a que el PE antes de enviar una fuerza militar al exterior, debería consultar al Congreso de la nación.
En resumidas cuentas, el gobierno de Menem ofreció una ayuda militar en Washington ( y de la cual la administración Bush acepto sin reciprocidad) pero que en ningún momento, el Consejo de Seguridad solicito oficialmente y menos aún para conformar una fuerza de paz.

Haciendo un exagerado resumen de lo que antecedió a lo que muchos creyeron como una invasión sorpresiva de un loco árabe de un país perdido en el desierto, queda claro que la crisis que los diarios y los monopólicos medios de la época bosquejaron tras la invasión del 2 de agosto del 1990 como una agresión súbita y no razonada, había comenzado muchos meses antes más precisamente, desde el final de la guerra entre Irán e Iraq

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