25/8/15

“ARMAS QUÍMICAS EN EL TOK 1991: LAs PRUEBAS ESCALOFRIANTES”


VETERANOS DE AYER



Documentos y testimonios que revelan que más de 250000 veteranos fueron infectados por elementos químicos y biológicos

En las interminables horas que duraron las operaciones de la operación “Tormenta del Desierto”, la mayoría de los efectivos que estaban involucrados en el Teatro y sin distinción de la fuerza a la que pertenecieran, no se podían sacar de la cabeza si “Saddam usaría sus famosas armas químicas”. La amenaza era real y por ese motivo los estadounidenses y los británicos llevaron sus equipos completos de guerra NQB, que iban desde las máscaras personales con filtros especiales hasta el despliegue de sus unidades móviles de descontaminación que estaban destinadas a lavar los vehículos de combate que aunque presurizados, tenían que ser limpiados antes de que sus tripulaciones salieran de ellos.

Los tanques sauditas y sus tropas contaban con estos sistemas mucho antes de que se desatara este conflicto aunque no en todas sus unidades. Los franceses que tenían su propio comando de operaciones que se denominó “Daguet”, contaba con sus propios protocolos y equipos para este tipo de contingencias.

El caso de los sirios, que pese a ser parte de la coalición –postura muy criticada en el mundo árabe-, el equipamiento que pusieron sobre el terreno se asemejaba al de sus vecinos iraquíes que era de origen soviético.

Los medios de la época, en especial la CNN y la BBC no escatimaron en escenificar un marco apocalíptico por la presencia de estas armas del lado iraquí. Los analistas militares vaticinaban que de usarse los agentes químicos como el “Sarín”, el “Tambún” o el gas “mostaza”, las bajas en el bando aliado llegarían a cifras escalofriantes.

Precisamente y en previsión a esto último, se llevaron a la región unas 160000 bolsas de plástico herméticas. Acudiendo a esos análisis, algunos expertos llegaron a aseverar que la cantidad de bajas en el campo de batalla originaría un serio problema para las tareas de evacuación y depósito de los cadáveres envenenados por lo cual se desplego un protocolo de contingencias que había estado vigente ante la amenaza de un ataque del bloque del este.

Pero, a pesar de lo terrible de estos vaticinios, habían otras amenazas tan o más letales que estos agentes venenosos de origen químico y esos eran, los elementos biológicos de las llamadas armas bacteriológicas. Supuestamente, en el arsenal especial iraquí que había sido surtido por laboratorios europeos unos años antes con el respaldo de Washington, se hallaban agentes biológicos como la “toxina Botulinica” y el “Antrax” como los más conocidos. Estos podían ser lanzados por medio de los vectores SCUD e incluso del tipo FROG-7.

Según los informes de guerra de los Comandos a cargo de las operaciones, los iraquíes no habrían usado ninguna de estas armas por cuestiones metereologicas aunque, como se pudo saber los reportes no dieron conclusiones certeras sino “potenciales”. Algunos representantes de grupos de veteranos estadounidenses han cuestionado esta versión, acudiendo a una simple cuestión ¿Cómo diablos pueden asegurar que no lanzaron sobre nosotros alguna arma pestilente en alguno de los millardos de proyectiles que nos arrojaron desde que nos asomamos allí?

En aquellos momentos, los reportes militares oficiales apoyados por la maquinaria informativa de las cadenas noticiosas, dejaron en claro que sus muchachos (sus tropas) además de salir victoriosos volvían a sus hogares completamente sanos. Pero no tardo mucho para que, comenzaran a producirse graves casos de enfermedades en ex combatientes de las fuerzas que habían servido en aquella campaña.

Muchos de los primeros casos se registraron en efectivos terrestres tales como, infantes de marina, rangers y tropa rasa del ejército. No había distinciones entre rangos o posiciones en el campo de batalla.

Todo ellos comenzaron a sufrir problemas de fatiga crónica, dolor muscular, diarreas, sarpullidos sin causa detectable e incluso problemas psicológicos que complicaron a familias enteras y terceros. El problema fue creciendo durante la década de los noventas y llego a tal magnitud que se le bautizó como el mal o el “síndrome del golfo”.

La situación psicofísica de los veteranos llego a ser tan comprometida que el gobierno en Washington debió tomar intervención y comisionar una investigación para tratar de dilucidar –o para deslindar responsabilidades- lo que estaba causando estas afecciones. Para esto se le encargo a la Corporación RAND dependiente de las Fuerzas Armadas, para llevara adelante una investigación y revisión exhaustiva de los casos que se habían declarado y los que se estaban produciendo al momento del encargo.

Los resultados que arrojaron las investigaciones de la Corporación gubernamental, dieron como posibles causales a: enfermedades infecciosas; Bromuro de Piridostigimina (antídoto contra el Somán); reacciones a las diversas vacunas inyectadas; el humo de los pozos petroleros ardiendo; los efectos residuales del Uranio de las municiones empleadas por sus bombas y aceptando en forma explícita la exposición a armas químicas o biológicas. La situación que puso en evidencia este “Think Tank” militar, no dejaba lugar a dudas de que las fuerzas que se hallaron dentro del radio del Teatro de operaciones (TOK), habían sido afectados en forma directa o indirecta por lo elementos como los señalados.

El grado de afectación al grueso de los casi 700.000 efectivos remitidos al golfo más de un tercio de ellos, es decir unos 250.000 estarían afectados por el efecto de estos agentes. Lo preocupante no solo era este número de efectivos comprometidos sino, que a pesar de haber estado muy bien pertrechados para esa contingencia, se vieron afectados igualmente. Como se advierte y de las mismas cifras que los investigadores gubernamentales han ventilado oficialmente, se trata de una “estimación” que y atendiendo a los intereses políticos que se ven involucrados, tal como lo señalaron agencias extranjeras, las cifras reales pueden ser superiores y con un mayor grado de implicancia.

El escándalo desatado inmediatamente regresadas las tropas del TOK, demuestra que la entidad de las afecciones que comenzaron a ser denunciadas por los veteranos o sus familiares, fue además de preocupante, muy difícil de ocultar. Hoy en día, el estado de la Unión afronta una ola de demandas por esta situación.

Recordemos que uno de los argumentos en los que se basaron los informes del Comando de operaciones USCENTCOM y que fueron reproducidos por los analistas militares y de inteligencia del Pentágono, los iraquíes no habrían podido usar este tipo de armas dado al condicionamiento climático y de la dirección de los vientos para una efectiva acción sobre las tropas aliadas. En ningún momento, se llego a conclusiones expresas que asegurasen que en ningún momento, misiles, bombas o incluso morteros de largo alcance utilizados por el bando enemigo, transportaron material infeccioso o venenoso.

A estas incertidumbres, se agregan las investigaciones independientes de varios grupos de veteranos en los cuales, de sus experiencias y tras haber sido testigos presenciales de las más horribles visiones de lo que realmente había ocurrido allí, aportaron datos inquietantes que fueron censurados por los altos mandos militares, emplazando a los posibles responsables de filtraciones o comentarios sobre lo visto, sanciones de arresto y el inicio de un proceso de “Corte marcial” bajo los cargos de traición y conspiración, suficiente para que cualquiera en aquellos momentos mantuviera la boca cerrada.

Pero a 25 años de aquello y las consecuencias sobre la salud de los que sobrevivieron, los testimonios de muchos veteranos han venido a ser corroborados por documentos que se han filtrado, tanto del gobierno estadounidense como de los archivos saqueados en Bagdad, en donde se describen situaciones que los militares y la entonces administración de George W. Bush había tapado.

De esta manera, mapas, posiciones de vehículos lanzadores de misiles marcados como unidades NBQ iraquíes y el señalamiento de unidades especiales de infantería de Saddam con ojivas de “Sarín” y “Tambún” en la retaguardia del frente kuwaití, son la punta del iceberg de una realidad mucho más tétrica de lo que se ha publicado de aquella guerra. En un reporte que fue volcado por una patrulla que incursionó en territorio kuwaití, tras haber ubicado una unidad de lanzadores de misiles FROG-7 en “Al Wafrah” al oeste de Kuwait que apuntaban al Golfo, al llegar solo encontraron al camión lanzador que había disparado su misil y a cuatro hombres muertos por un ataque aéreo. La curiosidad de ese escenario era que los hombres y los operadores del sistema que habían muerto por las esquirlas de un proyectil, estaban con sus trajes y máscaras M85 de NBQ de origen ruso colocados. Y esos solo fueron una pequeña parte de las evidencias de que los iraquíes se prepararon para moverse en un ambiente contaminado. Los cuestionamientos surgieron casi instantáneamente: ¿Cuántos misiles habían sido disparados desde ese lugar y dónde habrían caído? Según estos testimonios, el calor que hacía a la sombra alcanzaban los 50º C y con elementos venenosos en el aire, el peligro de infección se multiplicaba por mil.

Otra prueba de que la región fue contaminada con agentes tóxicos y biológicos, fue la aparición de miles de casos de cánceres, infecciones y casos de gripes agresivas en las poblaciones que estuvieron en el radio de acción de este conflicto, agregando a ello, la esterilidad de gran parte de zonas cultivables y tumoraciones que pudren las cosechas de tomates.

Lo cierto es que de haberse lanzado misiles con cabezas armadas con este tipo de agentes, los vientos que remontaban a la desembocadura del Golfo, no solamente comprometió a los hombres que se hallaban en las costas sino también sobre una parte importante del espacio marítimo donde operaban los buques que dieron apoyo.

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