18/6/16

“RIESGOS OPERATIVOS”



Cuáles fueron los peligros latentes a los que la fuerza “Alfil 1” estuvo expuesta en la guerra de 1991
Por Dany Smith 



Aunque han pasado años sin que los sucesivos gobiernos argentinos se hayan hecho eco de la experiencia ganada por sus dotaciones navales en una de las campañas militares más grandes del final del siglo XX, las experiencias de muchas jornadas en aquel caluroso teatro de operaciones llueven a cántaro y como si volvieran a revivirse tan claro como ayer, mirando a la distancia se puede ver la magnitud de los peligros que se cernían mucho antes de que se desatara la conflagración. Habíamos hablado mucho sobre las operaciones navales que ejecutaron los dos navíos argentinos del grupo de tareas 88 que surcaban las cálidas aguas del golfo que además de las minas explosivas que pululaban por todo el sector, estaban infestadas de tiburones y anguilas eléctricas.


Los tripulantes del “ARA Alte Brown” y de la “ARA Spiro” conocieron en carne propia aquel clima tan extremo como impredecible. Aquel calor calentaba tanto la cubierta de vuelo de la Brown, que si hubieran andado descalzados sus pies se habrían llagado como si se hubieran parado en una sartén. En pocos minutos podía nublarse y desatarse una tormenta que parecía transportarles a otros escenarios. Sin dudas el clima fue uno de los componentes que pondría a prueba la maquinaria naval y a sus elementos humanos entre ellos, a las tripulaciones de los helicópteros Alouette III, que jugaron un papel vital para las tareas de vigilancia y reconocimiento.


Está claro que nadie (y entre ellos a los mandos de la Armada) valoraron los riesgos extra que se cernían sobre las operaciones que debían realizar los tripulantes de estos helicópteros embarcados de origen francés, que no había que olvidar tenían para ese momento treinta años de antigüedad lo que ante la entidad de la guerra que luego se desataría, por lo que operar con ellos para muchos era prácticamente un acto de locura.


Alouette abordo del Alte Brown 1991



Como recuerdan muchos de los que estuvieron en aquella travesía, cuando se hallaban en el Mar Rojo, el riesgo se presentó sin aviso cuando uno de los Alouett III que llevaban, se precipitó al mar.


A primera vista, si te parabas en una cubierta de vuelo de alguno de todos los barcos que operaban por ese entonces, habrías podido advertir el choque visual que podía advertirse al ver un “Alouette III” de los argentinos que se cruzaba con un “UH-60-Black Hawk” o un “CH-53-Sikorsky” o incluso con los “Linx” británicos que trabajaron muy cerca de los argentinos. Obviamente más allá de las notorias características de diseño que les diferenciaban, sus propósitos y objetivos distaban mucho de lo que un “Alouette” podía soportar; uno de ellos era el factor climático.


Y es que, al imprevisible y duro clima del golfo se agregaban los letales peligros que la naturaleza albergaba en las aguas de aquel lugar. Ver desde el buque las aguas en algunos sectores casi paradisiacas, con el insoportable calor a cualquiera le hubiera dado ganas de arrojarse para nadar un rato; pero estaba claro que no habían ido hasta allí por recreación y aunque hubieran tenido la oportunidad de eso, jamás lo hubieran hecho. Es que además del peligro de las minas magnéticas que poblaban las aguas y de las incursiones nocturnas de comandos hombres rana iraquíes, estaban los tiburones y las anguilas que, pese a la poca profundidad de las aguas son parte del ecosistema de las aguas de la región.


Los vuelos de los aparatos argentinos estuvieron expuestos a contingencias que varios de sus colegas de otras armadas, incluso la de los EEUU y de los británicos, debieron sufrir pese, a las ventajas tecnológicas y protecciones de las que disponían. Incluso antes de que comenzaran las hostilidades, los aparatos aéreos tanto helicópteros como aviones de combate, transporte y de espionaje electrónico sufrieron las severidades climáticas de la zona que terminaron en varios accidentes que pusieron en un aprieto a los cuerpos de ingenieros y mantenimiento de los mismos.


La cantidad de accidentes de aviones de combate que se habían registrado en Arabia Saudita y algunos otros acaecidos en las aguas del golfo cuando se adiestraban con base en los Portaaviones, llevó a que el Comando de operaciones en Ryad ordenara una inspección masiva de los aeródromos y bases aéreas donde se destacaban los aviones para las operaciones militares, a fin de determinar si los vientos con arena que arreciaban en la región estaban afectando los mecanismos de los aparatos y si así era, adaptarlos para que pudieran vencer estas dificultades.


Un CH-53 operando junto a los argentinos 1990



Esto también afectaba a los helicópteros aliados, especialmente en sus equipos y sensores electrónicos, tanto de combate como de transporte habiéndose registrado en los primeros días de la llegada de los primeros comandos aéreos, más de una decena de accidentes entre los que se contaban helicópteros de ataque “Apache” estadounidenses, tres “Sea Linx” y un “Puma” británicos, éste último precipitado a finales de diciembre de 1990 a unas 4 millas al este de la costa de Dammam, en Arabia Saudita. Las estadísticas oficiales solo informan de 77 bajas por accidentes en las que se engloban a las muertes por “fuego amigo”, pero reportes extraoficiales elevan las cifras de bajas por accidentes a unos quinientos de los cuales, unos doscientos treinta implicarían a tripulaciones de aeronaves siniestradas.


El mayor número de incidentes se produjeron en momentos previos a las operaciones que se iniciarían el 16 de enero y se centraron en las áreas del norte de Arabia Saudita y en las zonas operacionales aéreas de las costas cercanas a la frontera con Kuwait. Por supuesto que todos estos incidentes fueron mantenidos en el más estricto secreto y solo se hicieron público aquellos que no había sido posible ocultarlo a la vista de muchos de los ocasionales testigos –mayormente militares- que pululaban por la región.


En la casuística no hubieron diferencias entre los sofisticados helicópteros yanquis y los menos modernos aparatos británicos que incluso varios de ellos habían participado en operaciones de la guerra de Malvinas en 1982. Pero a pesar de que los argentinos tuvieron una modesta intervención material en las operaciones “Escudo del Desierto” y la “Tormenta del Desierto”, pese a las limitaciones técnicas que claramente acusaban, sus desempeños profesionales y dedicación advertidos por los observadores del CENTIJ fueron remarcados en los informes de operaciones navales para estudios académicos.


No olvidemos que otros ojos indiscretos se posaron con mucha atención sobre las actividades de ambas dotaciones, que a solo unos kilómetros, operaban junto a la primera línea naval encabezada por el navío clase “Iowa” USS “Wisconsin”. En realidad es muy difícil saber si estás operaciones de inteligencia que llevaron adelante los británicos sobre los inesperados aliados argentinos, fue advertida por el Comando central en Ryad o incluso por los mismos argentinos. Si me preguntaran a mí, creo que los primeros dejaron pasar estas travesuras inglesas siempre que no perjudicaran las operaciones centrales. En lo que respecta a los argentinos, es muy dudoso que se hubiesen percatado de ello.


Pero volviendo a las operaciones aéreas de los aeronáuticos argentinos, se podía ver como con profesionalismo y con una muy buena disposición, remontaban esas “peceras” que a la vista de muchos, eran un pasaje a la muerte segura. A simple vista, no estaban preparados para moverse en condiciones de abierta hostilidad. Para algunos pilotos veteranos norteamericanos, ver volar esas cosas era como retrotraerse en el tiempo y vaticinando lo que podía producirse si los combates se extendían a las cercanías de esos buques. Solo había que hacer un pequeño ejercicio de imaginación para pronosticar que pudo haber sucedido si uno de esos “Alouette III” se hubiera topado con alguna lancha artillada iraquí o simplemente con una unidad comando de los “Fedayin” que operaban encubiertamente tras las líneas. En cualquiera de esos casos, las apuestas hubieran ido en contra de los argentinos que con muy pocas probabilidades hubiesen podido escapar al fuego de estas formaciones.


Grupo de soldados iraquíes en 1991



Estas posibilidades tan negativas con respecto a un encuentro como el citado, no van en contra de las capacidades de los tripulantes de esos legendarios helicópteros “Alouette III” sino del análisis de los elementos reales que se hallaban presentes en aquel teatro, en donde la variedad de armas portátiles y cañones medianos en posesión de los iraquíes, estaban más allá de la imaginación de lo que los marinos argentinos pudieron haber experimentado con anterioridad.


Incluso los mismos norteamericanos se vieron sorprendidos por el poder de fuego que los iraquíes demostraron aún, tras una semana de bestiales bombardeos sobre supuestos puntos de mando y control que en teoría (y según las rondas de prensa del Pentágono), desbarataría la red de defensa aérea que protegía las principales ciudades de Iraq en especial, Bagdad.


Ni hablemos de la amenaza de sistemas antiaéreos de baja altitud, especialmente los portátiles los cuales el ejército de Iraq poseía con notable masividad aunque los informes militares de la Coalición aliada, había desestimado su importancia por no ser una amenaza contra sus aviones; pero ¿contra los helicópteros? De eso se acordarían especialmente los británicos en varios desafortunados encuentros donde sus helicópteros fueron pasto de los misiles “SA-7” de origen soviético e incluso de sistemas ingleses como el “Blowpipe” muy usados por la “Guardia Republicana”.


Ahora bien, si vemos como un solo “SA-7” lanzado por un hombre que se hallaba escondido en un pozo o en tras un montículo rocoso del desierto tumbaba al suelo a helicópteros tan rudos como el “Puma” o un “Chinook”, podremos entender que si estos aparatos argentinos que entre otras características, presentaba nula protección contra fuego balístico de armas automáticas portátiles como eran las AK-47, las ametralladoras RPD calibre 7,62mm, no hace falta aclarar que habría sucedido si hubieran estado al alcance de las PK, cañones multitubo sistema “Gatling” o de las baterías ZU-23. Para abatir a uno de estos “Alouette” solo hubiera bastado el fuego reunido de dos hombres con regular puntería para derribarlo.





Fue sin dudas una fortuna que la guerra no se extendiera ya que, si los argentinos se hubieran visto obligados a operar en medio de un terreno plagado de este tipo de armas, la suerte de sus aparatos como la de sus tripulaciones hubiera quedado sellada en el primer encuentro tan solo, con una pequeña patrulla de ocho hombres armados con sus AK-47 y para peor suerte, con algún lanzador de “SA-7”, la historia de la participación argentina en el Golfo hubiera sido muy distinta.

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